El Patito Matemático
Había una vez un patito amarillo llamado Pipo que vivía en un hermoso lago rodeado de nenúfares y árboles. Desde que era muy pequeño, Pipo siempre había sentido curiosidad por las cosas del mundo. Mirando a los demás animales jugar, se dio cuenta de que había algo que él no sabía hacer: ¡sumar! Todos hablaban de cómo podían contar los peces que pescaban o cuántos amigos tenían, y Pipo quería unirse a esas conversaciones.
Un día, decidió que era hora de aprender. Se acercó a su amigo, el pato mayor, Don Pepe, y le preguntó:
"¿Don Pepe, me podés enseñar a sumar?"
"Claro que sí, Pipo, pero primero tenés que encontrar un buen lugar para practicar."
Pipo se puso muy contento y fue a buscar un lugar tranquilo. Finalmente, encontró un rincón en la orilla donde podía ver el cielo reflejado en el agua.
Al día siguiente, Don Pepe llegó con varios objetos para ayudar a Pipo a entender. Trajo unos palitos, algunas hojas y varios pececitos.
"Vamos a empezar por lo más simple. ¿Cuántos palitos hay aquí?"
"Dos palitos," respondió Pipo.
"Muy bien. ¿Y si te doy un palito más, cuántos palitos tendrías?"
"Tres palitos!"
Pipo estaba emocionado, pero de pronto, un viento fuerte sopló y hizo volar las hojas que Don Pepe había traído.
"¡Oh no! ¿Qué hacemos ahora?"
"No te preocupes, Pipo. Aprendamos a contar las hojas voladoras. Contémoslas antes de que se vayan."
Ambos empezaron a contar mientras corrían detrás de las hojas. Era un juego divertido, y cada vez que atrapaban una hoja, Don Pepe decía:
"Si tenías tres hojas y ahora atrapaste una más, ¡en total tenés cuatro!"
Pipo se reía mientras corrían, y poco a poco comenzó a comprender.
"¡Esto es más fácil de lo que pensé!"
Sin embargo, todavía había un desafío por delante. En medio de su juego, se encontraron con su amiga la ardilla, Lila, quien estaba un poco preocupada.
"Hola, Pipo. Don Pepe, tengo un problema. No puedo encontrar mi nuez y sin ella no puedo alimentar a mis bebés. ¿Pueden ayudarme?"
"¡Claro, Lila! Podemos hacer una búsqueda. Pero primero, ¿cuántas nueces tenías?"
"Tenía cuatro nueces antes de perder una, así que me quedan tres..."
Pipo propuso un plan:
"¡Vamos a sumar las nueces que encontremos! Si encontramos más de dos, quizás podamos ayudarte a tener las suficientes hasta que aparezca la que perdiste."
Don Pepe asintió y juntos, se pusieron en marcha. Recorrían el bosque, mirando bajo las hojas y alrededor de los árboles. Pipo estaba tan emocionado de contar cada nuez que encontraban:
"¡Una, dos, tres nueces! Ahora tenés seis, Lila!"
Finalmente, después de buscar y contar, encontraron una nuez más grande y hermosa, escondida entre las raíces de un árbol. Lila gritó de alegría:
"¡Eso es! Ahora tengo siete nueces gracias a ustedes. ¡Estoy tan agradecida!"
Pipo, lleno de alegría, se dio cuenta de que no solo había aprendido a sumar, sino que también había ayudado a una amiga.
"Gracias, Don Pepe, por enseñarme y por mostrarme lo divertido que puede ser aprender. ¡Sumar es increíble!"
"Así es, Pipo. Y recordar que aprender puede ser siempre un juego en compañía de amigos. Vamos a volver al lago y a seguir practicando contigo."
Desde ese día, siempre que Pipo se encontraba con amigos, ya no dudaba en contarles cuántas cosas había visto, cuántos saltos había hecho, y cuántas nueces habían encontrado. Se dio cuenta que aprender a sumar le estaba abriendo un nuevo mundo lleno de posibilidades y aventuras.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.