El pato con hipo en la plaza
Era una hermosa mañana en la plaza del barrio. Los árboles se mecían suavemente con la brisa y los niños corrían jugando. Entre todo el bullicio, un pato llamado Pipo paseaba plácidamente por el parque. Pipo era un pato un tanto peculiar, porque siempre tenía una sonrisa en su rostro. Pero ese día, algo no estaba bien. De repente, mientras graznaba felizmente, empezó a tener hipo.
"Hip! Hip!" sonaba cada vez que intentaba hablar.
"¿Qué te pasa, Pipo?" - preguntó una niña llamada Clara, que estaba en el banco comiendo galletas.
"Tengo hipo, Clara. No puedo dejar de hacer hip!" - dijo Pipo, tratando de contenerse.
"Eso le pasa a mucha gente. Pero no te preocupes, hay formas de curarlo."
Clara decidió ayudar a su amigo. Juntaron a los demás niños de la plaza y se les ocurrió un plan.
"¡Vamos a distraerlo!" - sugirió Tomás, un niño travieso.
Entonces, comenzaron a contar chistes. Uno, dos, tres… todos se reían, pero Pipo seguía con el hipo. "¡Hip! ¡Hip!"
"Tal vez deberías tomar agua, Pipo" - dijo Sofía.
Pipo tomó un sorbo de agua, pero el hipo no se iba.
"¡Vamos a probar haciendo una carrera!" - gritó Tomás emocionado.
Todos se alinearon y comenzaron a correr alrededor de la plaza, pero ni siquiera eso ayudó a Pipo. La risa y la diversión estaban en el aire, pero él seguía con su "Hip! Hip!"
Frustrados pero decididos, los niños se detuvieron a pensar en otra estrategia. La plaza estaba llena de mucha gente y había un mago llamado Don Mágico, que en esos momentos estaba haciendo trucos para un grupo de espectadores. Clara tuvo una idea brillante.
"¡Vamos a pedirle ayuda al mago!"
Todos los niños se acercaron al mago y le explicaron la situación.
"¡Por supuesto!" - dijo Don Mágico con una sonrisa. "El hipo es un arte que se puede gestionar con un poco de magia."
Don Mágico tomó una varita y comenzó a moverla en círculos.
"Cuando cuente hasta tres, todos deben gritar ‘¡Pato! ’ a la vez. ¡Eso seguro le curará el hipo a Pipo!"
"¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Pato!" - gritaron todos a coro.
El eco resonó en la plaza y de repente Pipo soltó un "Hip!" más fuerte que nunca.
Pero lo sorprendente sucedió.
"¡Ya no tengo hipo!" - exclamó Pipo, emocionado, y comenzó a bailar de alegría. Todos los niños aplaudieron.
"¡Lo logramos! Gracias, Don Mágico!" - gritaron.
Desde aquel día, Pipo se convirtió en el pato más divertido de la plaza, y cada vez que alguien tenía hipo, él estaba ahí para recordarles que la amistad y la diversión son las mejores formas de curar cualquier problema.
Y así, con la plaza llena de risas y buenos momentos, Pipo aprendió que a veces los obstáculos son más sencillos de superar con la ayuda de amigos. Porque juntos, todo se hace más fácil, incluso el hipo.
FIN.