El pato Juan y el bichito Tomás



En un hermoso día de primavera, en un lago rodeado de árboles florecidos, vivía un pato llamado Juan. Él era un pato muy curioso y siempre estaba explorando su entorno. Un día, mientras nadaba y chapoteaba, vio algo moverse en la orilla. Era un bichito muy pequeño y colorido, llamado Tomás.

"¡Hola, bichito!" - dijo Juan. "¿Qué estás haciendo tan cerca del agua?"

"¡Hola, pato!" - respondió Tomás con una voz temblorosa. "Estoy buscando algo de comida, pero no puedo encontrar nada."

Juan se acercó un poco, intrigado. "¿Comida? Me encanta buscar de comer. ¿Y qué es lo que comes?"

"Principalmente flores y hojas. Pero tengo un hambre tremenda y no encuentro nada por aquí" - lamentó Tomás.

Juan, siendo un pato amigable y generoso, decidió ayudar a su nuevo amigo. "¿Te gustaría que te muestre un lugar donde hay muchas flores?"

"¡Eso sería genial!" - exclamó Tomás emocionado.

Así que Juan llevó a Tomás a un rincón del lago donde las flores crecían abundantes.

"¡Mirá! ¡Esas flores son deliciosas!" - exclamó Juan.

Tomás se aventuró a acercarse a las flores, pero antes de que pudiera llegar, Juan se puso a jugar y, sin querer, dio un pequeño salto, justo cuando Tomás estaba cerca de su pico.

"¡Ups! Lo siento, Tomás. No quise asustarte. A veces, me emociono demasiado" - se disculpó Juan.

El bichito, que era muy sensible, ya se había asustado y se alejó corriendo, sólo pensando en cómo un pato tan grande podría lastimarlo. En su apuro, se hizo un pequeño corte en la piel.

"¡Ay! ¡Me duele!" - lloró Tomás.

Al escuchar el llanto de su amigo, Juan se sintió mal. "No, no, no... ¡esto no puede ser! Te prometo que no volveré a acercarme de esa manera" - suplicó Juan, con los ojos llenos de preocupación.

"No estoy seguro de si puedo seguir confiando en un pato que casi me lastima" - dijo Tomás con voz temblorosa.

Juan se sentó en la orilla, sintiéndose triste. "Lo lamento tanto, Tomás. Me gustaría demostrarte que eres mi amigo y que me importas. ¿Cómo puedo ayudarte a sentirte mejor?"

"¡Quizás podrías ayudarme a encontrar algo de comida!" - sugiere Tomás con un pequeño brillo de esperanza en sus ojos.

Juan movió la cabeza de un lado a otro y decidió que era hora de redimirse. "¡Por supuesto! Te prometo que estaré lejos de ti, solo te daré mis mejores consejos. Vamos a buscar juntas las flores más sabrosas del lago."

Mientras exploraban, Juan le enseñó a Tomás a ser valiente y a ser consciente del espacio de los demás, mientras que Tomás le enseñó a Juan a ser cuidadoso y respetar las diferencias entre ellos.

"¿Ves esas flores allí?" - preguntó Juan, señalando un arbusto lleno de flores rosas. "Son las más ricas de todas."

"¡Vamos!" - gritó Tomás, muy excitado.

Cada vez que comían una flor, compartían risas y aprendían más sobre la vida del otro. Tomás comprendió que a pesar de ser diferente, Juan tenía un buen corazón. Y Juan aprendió que prestar atención a su alrededor era fundamental para mantener a sus amigos seguros.

Al final del día, cuando el sol comenzó a esconderse detrás de las montañas, Tomás miró a Juan y dijo: "Gracias, Juan. Eres un gran amigo. Nunca pensé que un pato podría ser tan dulce"

"Y tú, Tomás, me has enseñado a ser más cuidadoso" - respondió Juan sonriendo.

Así se fueron hacia sus casas, con el corazón lleno de alegría y gratitud, sabiendo que la amistad puede superar cualquier diferencia. Desde entonces, Juan y Tomás pasaron más tiempo juntos, explorando, aprendiendo y creciendo, cada uno siempre cuidando del otro.

Y así, el pato Juan y el bichito Tomás se convirtieron en amigos inseparables, siempre recordando que la amistad se construye con respeto y amor.

Fin.

FIN.

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