El payaso del pozo



Era una tarde soleada en el pequeño pueblo de Villa Alegre. Tomás, un niño curioso de ocho años, decidió salir a jugar después de hacer sus tareas. Mientras exploraba el bosque que estaba a las afueras de su casa, se encontró con un antiguo pozo que parecía haber sido olvidado por el tiempo. Las flores silvestres crecen alrededor, pero el pozo tenía una apariencia algo misteriosa.

La curiosidad de Tomás pudo más y, con precaución, se acercó al borde del pozo. Se asomó para ver su profundidad, y al mirar hacia abajo, se sintió un poco mareado. De repente, escuchó un ruido sordo. "¿Hola?" -preguntó, su voz resonando en el interior oscuro. No hubo respuesta.

De pronto, un destello de colores apareció en el borde del pozo y, ante los ojos asombrados de Tomás, un payaso saltó fuera del pozo! Tenía un traje de rayas de colores brillantes, una peluca llena de rulos y una gran nariz roja. Aunque al principio parecía divertido, había algo extraño en su mirada.

"¡Hola, pequeño! Soy Pepito, el payaso del pozo. ¿Quieres jugar?" -dijo el payaso con una sonrisa amplia que revelaba unos dientes muy afilados.

Tomás sintió un escalofrío recorrer su espalda. "Eh... no sé. ¿Qué tipo de juegos?" -inquirió, sintiendo como si una sombra cubriera el sol.

"¡Juegos divertidos! Pero primero, cuéntame un secreto. Me encantan los secretos..." -dijo Pepito, inclinándose hacia adelante de una manera inquietante.

Tomás, entre asustado y curioso, decidió contarle sobre su sueño de ser un gran artista algún día.

"¡Qué secreto tan aburrido! ¿No tienes algo más emocionante?" -dijo el payaso, frunciendo el ceño.

Tomás se sintió cada vez más incómodo. "A veces tengo miedo de no ser lo suficientemente bueno…" -confesó.

El payaso se rió. "¡Eso no se dice! El miedo es sólo una nube oscura, y tú puedes despejarla. ¡Ven, juega conmigo y verás!" -dijo, mientras comenzaba a hacer malabares con pelotas de colores.

A pesar de sentirse asustado, Tomás no pudo evitar quedase hipnotizado por el ritmo de los movimientos del payaso. Sin embargo, cada vez que Pepito lanzaba una bola al aire, la sombra del pozo parecía crecer, engullendo un poco más el sol.

"Pepito, ¿no deberías irte?" -preguntó Tomás, su voz temblando.

El payaso se detuvo y, con una expresión oscura en su rostro, dijo: "¿Acaso tienes miedo de un poco de diversión?" Tomás sintió que el aire se volvía más denso, y sabía que debía irse.

Entonces se le ocurrió una idea. "¡Espera! Si quieres que juegue contigo, tendrás que permitirme que yo te pinte algo. Te haré un dibujo increíble y así verás que también puedo ser un gran artista!"

Pepito, intrigado, aceptó. "Muy bien, ¡veamos de qué eres capaz!" -dijo, volviendo a sonreír.

Tomás corrió a su casa y tomó lápices, papeles y un poco de pintura. Regresó al pozo y comenzó a pintar con energía. Mientras lo hacía, la luz del sol brilló más que nunca, y una energía positiva comenzó a llenar el aire. El payaso observaba atento, viendo cómo el niño se entregaba a su arte.

Cuando terminó, Tomás presentó su obra: un colorido mural que representaba un circo lleno de alegría y risas, donde los payasos eran amistosos y divertidos.

"¡Esta es una verdadera obra de arte!" -exclamó Pepito, sus ojos brillando de sorpresa. "Nunca había visto algo tan hermoso. Si me haces sentir así, creo que podría ser un payaso mejor..."

Tomás sonrió, sintiéndose más seguro de sí mismo. "Todos podemos ser mejores, a veces solo necesitamos un poco de ayuda para verlo. Espanta el miedo con arte y amor, y jamás dejarás que un pozo oscuro te atrape en sus sombras."

Pepito asintió, y a medida que el sol se ocultaba tras los árboles, su figura comenzó a desvanecerse como magia en el aire. "Gracias, pequeño artista, iré a esparcir alegría por todo el mundo. Recuerda, siempre puedes domesticarnos a través del amor y la creatividad."

Tomás regresó a su casa con una gran lección aprendida. Desde ese día, cada vez que sintió miedo o inseguridad, se dedicó a crear arte, recordando a Pepito y su extraño encuentro en el pozo. Y así, no solo se convirtió en un gran artista, sino también en un gran amigo para aquellos que se sentían solos.

FIN.

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