El payaso que encontró la alegría


Había una vez una joven llamada Abigail que vivía sola en una pequeña casita al borde del bosque. Abigail era una niña valiente y curiosa, siempre dispuesta a descubrir nuevas aventuras.

Una noche, mientras Abigail se preparaba para dormir, escuchó un extraño ruido proveniente de afuera. Se asomó por la ventana y vio a un payaso parado cerca de su jardín. El payaso tenía una cara pintada de colores brillantes y llevaba un enorme sombrero rojo.

Abigail sintió un escalofrío recorrer su espalda. Tenía mucho miedo de los payasos, especialmente cuando aparecían inesperadamente en medio de la noche. Pero recordó lo valiente que era y decidió enfrentar su temor.

- ¡Hola! -dijo Abigail con voz temblorosa pero decidida-. ¿Quién eres? El payaso dio un salto hacia atrás sorprendido por la valentía de la joven. - Soy Tristón, el payaso más triste del mundo -respondió el extraño personaje-. Estoy buscando mi sonrisa perdida.

Abigail se acercó lentamente al payaso y le dijo:- No tienes que estar triste todo el tiempo, Tristón. La vida está llena de cosas maravillosas que podrían hacerte sonreír.

Tristón miró a Abigail con curiosidad y preguntó:- ¿De verdad crees eso? Abigail asintió con seguridad y continuó:- Claro que sí. Por ejemplo, puedes ver cómo las flores crecen en primavera o disfrutar del sol brillante en verano.

También puedes reírte con tus amigos o disfrutar de un delicioso helado en el parque. Tristón parecía pensativo y Abigail pudo ver cómo sus ojos tristes se iluminaban lentamente. - Nunca había pensado en esas cosas -dijo Tristón-.

Siempre he estado tan ocupado siendo triste que nunca me di cuenta de las pequeñas alegrías que la vida puede ofrecer. Abigail sonrió y extendió su mano hacia el payaso. - Ven, Tristón.

Te mostraré todas las maravillas que puedes encontrar si decides dejar de lado tu tristeza y abrazar la felicidad. Tristón dudó por un momento, pero finalmente tomó la mano de Abigail. Juntos, comenzaron a explorar el bosque en busca de aventuras y risas.

Descubrieron hermosos paisajes, animales curiosos e incluso conocieron a otros personajes mágicos como duendes y hadas. Con cada nueva experiencia, Tristón encontraba algo para hacerlo sonreír cada vez más. Se dio cuenta de que la felicidad no estaba lejos, sino dentro de él mismo, esperando ser descubierta.

Desde aquel día, Abigail y Tristón se volvieron grandes amigos. Juntos aprendieron a enfrentar sus temores y a encontrar alegría en las pequeñas cosas de la vida.

Y aunque los payasos todavía podían asustarla un poco a veces, Abigail sabía que siempre podría contar con su amiga sonriente para ayudarla a superarlo. Y así fue como una noche llena de miedo se convirtió en una noche llena de valentía y amistad.

Abigail y Tristón aprendieron que, sin importar cuán oscuro pueda parecer el mundo, siempre hay una luz brillante esperando ser descubierta si nos atrevemos a buscarla.

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