El Payaso y la Gran Aventura de los Amigos



Era un día soleado en la escuela. Elías, Ema, Aymara, Jerónimo y Leo, junto a su fiel perro Lucas, estaban disfrutando del recreo en el patio. El sonido de las risas y los juegos llenaba el aire, cuando de repente, un payaso de apariencia extraña apareció entre los árboles. Su cara pintada de colores brillantes y su gran nariz roja lo hacían parecer divertido, pero su forma de andar y su risa desafiante generaron un huso de intriga y miedo entre los chicos.

– ¡Miren! ¡Un payaso! –gritó Ema, asomándose detrás de un arbusto.

– ¡Se ve raro! –respondió Aymara, frunciendo el ceño.

– No me gusta esto… –dijo Leo, apretando la mano de Jerónimo con fuerza.

– No se preocupen, chicos. Yo voy a averiguar qué quiere –declaró Elías con valentía.

Y con paso firme se acercó al payaso. Este, al notar la aproximación, cambió su risa por una mirada seria y un tono grave.

– ¡No huyan! Soy solo un payaso buscando amigos –dijo, pero su voz sonó más como una burla que un convite.

– ¿Por qué quieres asustarnos? –preguntó Jerónimo, oculto detrás de Lucas, el perro.

– ¡Porque es divertido! ¡Hay que reírse de los miedos! –respondió el payaso, girando sobre sí mismo mientras sus grandes zapatos hacían un ruido cómico al chocar con el suelo.

Pero los amigos no estaban convencidos. Aymara dio un paso adelante.

– Mirá, no nos gusta que nos asusten. ¿Por qué no haces cosas divertidas en vez de asustarnos? –sugirió con una sonrisa, tratando de cambiar la actitud del payaso.

El payaso dudó un momento, impresionado por la valentía de la niña.

– Bueno… ¿qué te gustaría ver? –preguntó, parpadeando.

– ¡Podrías hacer trucos! –exclamó Ema.

– O contar chistes –añadió Jerónimo, poco a poco sintiéndose más relajado.

El payaso se quedó pensando.

– No estoy acostumbrado a eso… Pero podría intentarlo –dijo, tocándose la nariz roja. Y así, con un respiro, se decidió.

– Está bien, ¡aquí va uno! ¿Por qué los pájaros no usan Facebook? ¡Porque ya tienen Twitter! –gritó, mientras los chicos se reían.

Lucas, el perro, comenzó a ladrar alegremente y a saltar alrededor del payaso, como si hubiera entendido que las cosas iban a cambiar.

Poco a poco, el payaso comenzó a hacer malabares con pelotas de colores, haciéndose más ameno. La tensión en el aire se disolvió y los amigos, en medio de sus risas, comenzaron a acercarse.

– ¡Es genial! –exclamó Elías, riendo mientras uno de los malabares casi le cae encima.

– ¡Quiero intentar también! –dijo Aymara, levantando la mano.

El payaso tomó su mano y juntos comenzaron a hacer trucos, todos a su alrededor apoyando la risa y la alegría.

– ¿Ves? No hay razón para tener miedo. La diversión siempre está cerca de la amistad –dijo el payaso, mientras los niños se unían a él en una danza divertida.

Lucas, el perro, también se unió, haciendo a todos reír aún más con sus travesuras.

El día pasó entre risas, trucos y juegos. Los niños comprendieron que a veces las cosas no son lo que parecen, y que un poco de valentía y empatía puede transformar una situación que parecía aterradora en una hermosa amistad.

– Gracias por enseñarnos a reírnos –dijo Ema al payaso al final del día, mientras se despedían.

– Y gracias a ustedes por mostrarme que hay formas más divertidas de pasar el rato –respondió el payaso sonriendo, mientras se despedía. Juntó su equipo de malabares y, con un último giro, desapareció entre los árboles, dejando detrás risas y un buen recuerdo.

De ese día en adelante, los cinco amigos aprendieron que la verdadera valentía no solo consiste en enfrentar los miedos, sino también en encontrar la diversión en ellos. Lucas, el perro, siempre estuvo al lado, sumando alegrías en cada aventura. Y así continuaron explorando la vida juntos, recordando aquella inolvidable tarde con el payaso.

FIN.

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