El Pepino que No Sabía Nadar



Había una vez, en un soleado huerto, un pepino llamado Pipo. Pipo era un pepino muy curioso, siempre observaba a los demás vegetales jugar en el agua del estanque. Mientras las flores se chapoteaban y las hojas de lechuga se deslizaban con gracia, Pipo siempre se quedaba sentado a la orilla, sintiendo un gran deseo de unirse a ellos, pero había un problema: Pipo no sabía nadar.

-Un día, mientras Pipo suspiraba mirando a sus amigos desde la orilla, se le acercó una rana llamada Rina.

-¿Por qué estás tan triste, Pipo? -preguntó Rina, haciéndose un lado en el agua.

-Porque quiero jugar con ustedes en el estanque, pero no sé nadar -respondió Pipo, con una lágrima que le rodaba por la piel.

-¡No te preocupes! -dijo Rina con una sonrisa-. Te puedo enseñar a nadar. Pero primero, tienes que creer en ti mismo.

Pipo miró a Rina con algo de desconfianza.

-¿Crees que realmente puedo aprender? -preguntó.

-Por supuesto. Si todos los días te esfuerzas y haces ejercicios, vas a ver cómo te vuelves un experto en nadar, ¡aunque seas un pepino! -le animó Rina.

Con el corazón lleno de esperanza, Pipo decidió intentarlo. Pasó los días practicando con Rina. Al principio, no fue fácil. Se hundía varias veces y se sentía un poco frustrado.

-¡No te desanimes! -gritó Rina, viendo caer las hojas de Pipo al agua-. Los errores son parte del aprendizaje. Prueba una vez más.

Pipo se esforzó. Se sumergía, hacía burbujas con su forma y, poco a poco, empezó a flotar. Un día, mientras practicaba, de repente se sintió más ligero que nunca.

-¡Lo logré! -gritó Pipo emocionado, a medida que empezaba a flotar con más confianza.

-Sí, lo hiciste, amigo pepino -respondió Rina, chapoteando de alegría.

Después de unas semanas de prácticas, llegó el día en que Pipo se sintió listo para entrar en el estanque con todos los demás.

-¡Vamos, Pipo! -gritó Rina desde el agua.

Con un salto valiente, Pipo se zambulló en el estanque, y lo que sintió fue pura felicidad. No sólo se dio cuenta de que podía nadar, sino que estaba disfrutando de cada momento. Se deslizó de un lado al otro, chapoteando y jugando con las flores y las hojas. Todos en el huerto lo aplaudieron.

-¡Bien hecho, Pipo! -gritó una girasol- Todos tus esfuerzos valieron la pena.

Pipo sonrió con orgullo. Había aprendido que, a veces, las cosas que creemos que no podemos hacer pueden lograrse si tenemos fe en nosotros mismos y buscamos ayuda de amigos.

Desde ese día, Pipo no solo se convirtió en el pepino mejor nadador del huerto, sino que también enseñó a otros vegetales que era posible superar los miedos. Juntos, formaron un equipo de nadadores y pasaban tardes enteras jugando y explorando el estanque.

Y así, Pipo el pepino, que una vez temió el agua, se convirtió en un valiente nadador gracias a su perseverancia y a la ayuda de su amiga Rina, quien siempre creyó que todo era posible si uno se lo proponía.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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