El Pequeño Árbol y la Luciérnaga
En un bosque muy antiguo, donde los árboles se elevaban como gigantes, había un pequeño árbol llamado Tilo. A pesar de su hermoso tronco marrón y sus hojas verdes, Tilo se sentía muy solo. Todos los demás árboles eran altos y robustos, y Tilo deseaba tanto crecer como ellos, pero a su alrededor, solo se escuchaba el suave susurro del viento entre las hojas de sus amigos.
Una noche, mientras Tilo se lamentaba por su situación, de repente, una luciérnaga iluminó el lugar con su brillante luz. Al principio, Tilo no la vio y siguió hablando para sí mismo.
"¡Qué triste es ser tan pequeño! Nunca podré alcanzar las ramas de mis amigos. Nunca podré dar sombra a nadie. Soy solo un árbol insignificante."
La luciérnaga, curiosa, voló hasta Tilo y lo miró con ternura.
"¡Hola, pequeño árbol! No seas tan duro contigo mismo. Todos tienen su propia belleza y razón de ser."
"¿Y qué virtud puedo tener yo?" - respondió Tilo con un susurro apenado.
"¡Oh! Tienes muchas, Tilo! A veces, lo que parece un defecto puede ser una gran virtud. ¿Por qué no miras a tu alrededor?"
Tilo miró con atención al bosque. Se dio cuenta que su tamaño le permitía tener vista a las cosas cercanas; podía observar cómo jugaban los animales en el suelo y cómo las flores brotaban a su lado.
"Quizás tengo una buena vista... pero no puedo ofrecer nada a los demás."
La luciérnaga siguió iluminando su entorno.
"¡Claro que sí! Eres hogar de muchos insectos, y tus hojas son un refugio para pequeños pájaros. Además, tu tamaño permite que más luz del sol llegue al suelo, haciendo que las flores crezcan más libres y fuertes. ¡Tu presencia también es valiosa!"
Tilo reflexionó sobre estas palabras. A partir de ese día, decidió enfocarse en lo que podía ofrecer. Al caer la noche, mientras los demás árboles dormían, Tilo se dio cuenta de que su sombra ayudaba a las flores y pequeños animales a descansar.
Pasaron las estaciones y, con el tiempo, comenzó a escuchar más risas y cantos a su alrededor. Los animales lo visitaban, y poco a poco, se hizo amigo de ellos. Todos los días, una pequeña familia de conejitos dormía a su sombra, y los pájaros se posaban en sus ramas para charlar.
Una noche de verano, cuando la luciérnaga volvió a visitarlo, Tilo estaba radiante.
"¡Mira lo que he logrado! Cada día tengo nuevos amigos, y todos se acercan a mí. Quizá no soy un árbol grande, pero puedo ser un buen amigo."
"¡Eso es increíble, Tilo! Ahora comprendes que tus virtudes son únicas y hermosas. Nunca subestimes lo que puedes aportar al mundo. Tu tamaño es perfecto para lo que eres."
Con el tiempo, Tilo creció, pero nunca se olvidó de su tamaño inicial. Siempre se sintió contento de ayudar a los pequeños seres del bosque. Tilo comprendió que cada árbol, grande o pequeño, tiene su propio papel en la naturaleza y que, juntos, crean un ecosistema hermoso y perfecto.
La luciérnaga nunca dejó de visitarlo, y así aprendieron que la amistad también hace crecer los corazones.
FIN.