El Pequeño Astronauta
En un pequeño pueblo rodeado de verdes campos y montañas lejanas, vivía un niño llamado Mateo. Desde que tenía memoria, Mateo había soñado con el espacio. Pasaba horas mirando las estrellas, preguntándose qué habitaría más allá de su hogar. Un día, decidió que ya era hora de cumplir su sueño y construyó una nave espacial con cajas de cartón, cinta adhesiva y luces de colores. Con su traje de astronauta improvisado, se acomodó en su nave y, con un gran suspiro y una sonrisa de aventura, cerró los ojos.
De repente, la nave comenzó a vibrar, y los ojos de Mateo se abrieron de par en par. Era como si de repente estuviera en una increíble aventura intergaláctica. La nave despegó del suelo, atravesando nubes esponjosas y estrellas titilantes. En su primera parada, un planeta cubierto de extrañas plantas de colores brillantes lo recibió.
Mateo: - ¡Guau! ¡Mirá esas plantas!
Emocionado, bajó de la nave para explorar. Cuando tocó una de las plantas, esta comenzó a moverse y de ella emergieron criaturas simpáticas con patas cortas y grandes ojos que lo miraban con curiosidad.
Criatura 1: - ¡Hola, viajero! ¿De dónde vienes?
Mateo se pasó la mano por el cabello, un poco sorprendido pero también encantado. Intentó comunicarse con gestos y poco a poco, las criaturas comenzaron a imitarlo. Se reían y también se enseñaron a Mateo cómo saltar de forma graciosa. Juntos jugaron al escondite entre las coloridas plantas.
Pero de repente, un grupo de criaturas llegó volando. Tenían alas brillantes y parecían bastante serias. Llevaban grandes banderas ondeando, y comenzaron a hablar entre ellas.
Criatura 2: - ¡Eh! ¡¿Quién es este visitante? !
Mateo, un poco asustado, pero decidido, se acercó.
Mateo: - ¡Soy Mateo! ¡Vengo en son de paz!
Las criaturas de alas brillantes lo miraron detenidamente. Pero para su sorpresa, en lugar de enojarse, comenzaron a aplaudir.
Criatura 2: - ¡Un valiente terrícola! ¡Únete a nuestro concurso!
Mateo no podía creerlo. Se le ofreció una prueba de ingenio y destreza. Las criaturas le presentaron un juego de destreza que consistía en balancear diferentes objetos extraños. Aunque era difícil al principio, Mateo se concentró y con ayuda de sus nuevos amigos, logró ganar la partida. Las criaturas lo recibieron con ovaciones.
Criatura 3: - ¡Eres un gran jugador! ¡Ven a celebrar con nosotros!
Matías se llenó de alegría y siguió explorando el planeta, participando en danzas y juegos. Pronto, el cielo comenzó a oscurecerse y una hermosa luna llena iluminó el campo. Mateo se sintió un poco triste, sabía que era hora de seguir su viaje.
Mateo: - ¡Los voy a extrañar!
Las criaturas lo rodearon y le hicieron un regalo: una pequeña estrella brillante simbólica que representaba su amistad. Mateo sonrió y aceptó el regalo agradecido. Después de despedirse, se subió a su nave y se elevó hacia el cielo.
En su próximo destino, Mateo llegó a un planeta de hielo donde encontró grandes bloques de cristal. Se deslizó con un trineo y se topó con criaturas que jugaban a hacer esculturas de nieve. Los recipientes de cristal reflejaban el luz del sol, llenando el lugar con un brillo encantador. Pero pronto se dio cuenta que se acercaban nubes grises, cubriendo todo el lugar de sombra.
Criatura de Hielo: - ¡Debemos resguardarnos! ¡Una tormenta se aproxima!
Mateo, recordando su experiencia en el primer planeta, tuvo una idea.
Mateo: - ¡Construyamos algo juntos!
Con la ayuda de sus nuevos amigos, rápidamente empezaron a levantar una gran figura en forma de iglú. Mateo guiaba a todos con alegría y entusiasmo. La tormenta llegó, pero ellos estaban a salvo dentro de la estructura que habían hecho. Cuando la tormenta cesó, salieron y se sorprendieron: la tormenta había dejado atrás un hermoso paisaje cubierto de nieve brillante. Todos celebraron, increíbles risas llenaron el espacio y Mateo tomó una fotografía mental de ese momento especial.
Finalmente, llegó la hora de regresar a casa. Mateo se despidió de sus amigos de hielo, que le prometieron que siempre estarían mirando hacia arriba en el cielo, donde él mirara por ellos. Subió a su nave, mirando por la ventana como los planetas pasaban veloces. Sentía que el universo era un lugar lleno de maravillas y amistad.
Al llegar a su casa, Mateo abrió los ojos y se encontró en su habitación, con su nave de cartón aún brillando con luces. Saltó de alegría y dijo para sí mismo: - ¡Qué aventura! ¡El espacio es mágico!
Con una sonrisa, colocó la estrella brillante que había recibido en su mesita de noche, sabiendo que siempre llevaría consigo el recuerdo de sus amigos y la vastedad del universo.
Y así, cada noche, al mirar las estrellas, Mateo no solo pensaba en los planetas lejanos, sino también en la amistad y la alegría que había encontrado en su viaje, recordando que el espacio está lleno de sorpresas, siempre listo para explorar y descubrir.
FIN.