El Pequeño Asustador
Era una vez un nene llamado Lucas que tenía un don muy especial. Desde muy pequeño, Lucas se daba cuenta de que podía aparecer de la nada y asustar a sus amigos. Pero no lo hacía por maldad, él simplemente quería hacerlos reír. Sin embargo, muchos no entendían su intención y eso lo ponía triste.
Un día, mientras jugaba en el parque con su mejor amiga, Sofía, Lucas decidió intentar asustarla. Se escondió detrás de un árbol y, al ver que ella se acercaba, saltó hacia adelante.
- ¡Boo! - gritó Lucas con una risa contagiosa.
Sofía gritó y se puso a correr.
- ¡Lucas, no! - exclamó, riendo, pero también un poco asustada.
Lucas la siguió riendo y disfrutando de la carrera. Sin embargo, al ver que Sofía realmente se asustó, se sintió un poco mal.
- ¿Te asusté de verdad? - le preguntó cuando finalmente la alcanzó.
- Un poquito, pero no pasa nada - respondió Sofía, sonriendo. - Sabía que eras vos, pero siempre me sorprendes.
Lucas pensó que si su intención era hacer reír, tal vez podría encontrar una manera de hacerlo sin asustar tanto a la gente. Decidió hablar con su mamá sobre su problema.
- Mamá, quiero hacer reír a mis amigos, pero a veces termino asustándolos - confió Lucas.
- Quizás podrías pensar en otra manera de hacerlos reír - sugirió su mamá. - Podrías contarles chistes, o hacer caras graciosas.
Lucas fue al parque al día siguiente con una nueva idea. Buscó un lugar donde estuviera su grupo de amigos y, en lugar de saltar sobre ellos, empezó a contar un chiste que había escuchado:
- ¿Por qué el libro de matemáticas se deprimió? Porque ya tenía demasiados problemas.
Los amigos de Lucas comenzaron a reírse. En ese momento, vio que no necesitaba asustar para obtener risas. Se sentía feliz de ver sus sonrisas.
Sin embargo, no todo fue fácil. Al día siguiente, uno de sus amigos, Tomás, decidió vengarse y asustar a Lucas. Al caminar hacia la escuela, Tomás se escondió detrás de un arbusto y, cuando Lucas pasó, saltó y gritó:
- ¡Boo! ¡Sorpresa! - le dijo Tomás riendo.
Lucas se quedó paralizado por un segundo y luego se dio cuenta de que estaba bien reírse de uno mismo. Se unió a la risa.
- ¡Me asustaste! - dijo Lucas entre risas.
Las semanas pasaban y Lucas seguía probando sus nuevas habilidades para hacer reír. Organizó un espectáculo de talentos en la escuela donde cada uno podía compartir un talento único.
- ¡Voy a contar chistes! - anunció Lucas, y todos se emocionaron.
Cuando llegó su turno, Lucas subió al escenario y se enfrentó a sus compañeros. En lugar de aparecer y asustarlos, les contó una serie de chistes, imitaciones y anécdotas divertidas.
- Y por último, ¿saben cuál es el animal más antiguo? ¡La cebra! Porque está en blanco y negro desde siempre - remató, y el público estalló en risas.
Al final de la función, todos aplaudieron, y Lucas se dio cuenta de que había encontrado la mejor manera de hacer reír sin asustar. Un día, Sofía le dijo:
- Lucas, pareces muy diferente ahora. La gente está disfrutando de tu humor.
- Gracias, Sofía. ¡Tenía que darme cuenta que asustar no es lo mismo que hacer reír! - respondió Lucas con una sonrisa orgullosa.
Desde ese día, Lucas se convirtió en el payaso de su grupo, y aprendió que siempre hay formas de compartir la alegría sin tener que asustar a nadie. Era una lección de amistad, empatía y creatividad que jamás olvidaría. Así, se arrepintió de sus sustos pasados y el niño que siempre daba miedo se convirtió en el niño que siempre hacía reír. Y así, el pequeño asustador se transformó en un gran amigo.
FIN.