El pequeño colibrí y el bosque misterioso
Érase una vez un pequeño colibrí llamado Kiki que vivía en un hermoso árbol con sus papás, en una acogedora casita hecha de hojas y flores. Kiki era un colibrí curioso, siempre tenía ganas de volar alto y descubrir el mundo. Pero había algo muy importante que Kiki todavía no había aprendido: siempre hay que pedir permiso antes de salir de casa.
Un soleado día, Kiki miró por la ventana de su casa y vio cómo sus amigos, los otros pajaritos, estaban jugando en el gran bosque que estaba cerca.
"¡Qué divertido debe ser!" - pensó Kiki, sin darse cuenta que no había avisado a sus papás.
Con un gran aleteo, Kiki salió volando por la puerta, dejando atrás a sus papás que estaban ocupados.
Al principio, Kiki se sintió muy feliz.
"¡Miren qué alto vuelo! ¡Soy el rey del cielo!" - gritaba mientras zigzagueaba entre las flores y las ramas. Pero pronto, todo se volvió diferente.
El bosque era mucho más grande de lo que Kiki había imaginado. Las enormes sombras de los árboles lo hicieron sentir pequeño y un poco asustado.
"¡Hola, pajaritos!" - gritó Kiki, esperando que lo escucharan.
Pero los demás pajaritos estaban demasiado lejos, y sus voces se perdían entre los susurros del viento. Kiki intentó volver a casa, pero cada árbol parecía igual al anterior. Se dio cuenta de que estaba perdido.
Mientras tanto, en casa, sus papás empezaron a sentir que algo andaba mal.
"Kiki, ¿dónde estás?" - decía su mamá, con la voz preocupada.
"No ha vuelto aún. Debemos buscarlo", dijo su papá con determinación.
Así empezó una gran búsqueda. Volaron de un lado a otro, llamando a su pequeño colibrí.
"Kiki, ¡ven aquí!" - gritaban juntos.
Kiki, al escuchar su nombre, dejó de preocuparse un poco.
"¡Papá, ¡mamá! Estoy aquí!" - llamaba, usando todas sus fuerzas.
Los papás colibríes siguieron buscando hasta que finalmente, escucharon un pequeño chirrido que parecía triste.
"¡Kiki!" - gritaron felices, volando en su dirección.
Y allí estaba, escondido detrás de un árbol grande. Kiki se sintió tan aliviado de ver a sus papás.
"¡Kiki! Nunca más salgas sin avisarnos. Nos pusimos muy preocupados" - dijo su mamá, llenándolo de abrazos.
"Lo siento, mamá. Solo quería jugar" - respondió Kiki, con los ojitos llenos de lágrimas.
"Lo entendemos, pero siempre es mejor estar seguros. La próxima vez, por favor, pídeme permiso antes de salir" - le dijo su papá, sonriendo.
Kiki asintió con la cabeza.
"Prometo pedir permiso siempre. No quiero que se preocupen por mí de nuevo."
Contentos, volvieron juntos a casa en un hermoso vuelo. Kiki aprendió que pedir permiso no solo era importante, sino que también hacía feliz a su familia. Desde ese día, siempre le decía a sus papás adónde iba, y juntos vivieron muchísimas aventuras, siempre cuidándose los unos a los otros. Y así, el pequeño colibrí nunca volvió a sentirse perdido en el gran bosque.
Y colorín colorado, este cuento ha terminado.
FIN.