El Pequeño Estratega



En una pequeña escuela ubicada en el corazón de Buenos Aires, había un chico llamado Lucas que era conocido como el mejor jugador de ajedrez del colegio. Desde su primer torneo en quinto grado, había demostrado su talento, ganando cada partida contra sus compañeros. Se sentía tan seguro de sí mismo que a veces se permitía subestimar a sus oponentes, pensando que no podían rivalizar con su habilidad.

Un día, la maestra de ajedrez, la señora Gómez, anunció un torneo escolar donde los estudiantes de todos los grados podían participar. Lucas, emocionado, pensó que sería una oportunidad perfecta para brillar una vez más. Sin embargo, había un detalle: un chico de primer año llamado Tomás también se había inscrito. Lucas había escuchado sobre él; sólo había jugado un puñado de partidas, pero nunca le prestó mucha atención.

El día del torneo llegó. Los estudiantes estaban llenos de nervios y emoción. Lucas llegó con su tablero y sus piezas, seguro de que sería un día fácil para él. Cuando se sentó en la mesa, se dio cuenta de que su oponente era Tomás. El resto de los chicos murmullaban entre sí, riéndose de la idea de que un chico de primer año pudiera desafiar a Lucas.

"¿Estás listo para perder, pibe?" - le dijo Lucas, con una sonrisa arrogante.

"No lo sé, Lucas. Pero prometo hacer lo mejor que pueda" - respondió Tomás, calmado y decidido.

La partida comenzó y Lucas hizo sus movimientos clásicos, con toda la confianza del mundo. Sin embargo, a medida que la partida avanzaba, empezó a notar que Tomás reaccionaba de una manera peculiar. Cada vez que Lucas movía una pieza, Tomás la observaba cuidadosamente, con una mirada seria y concentrada.

Los minutos pasaron y Lucas comenzó a sentirse un poco incómodo. Estaba cometiendo errores y su arrogancia lo llevaba a realizar movimientos apresurados. Tomás, por su parte, avanzaba lentamente, pero con precisión.

"¿Vas a tomar en serio la partida?" - le preguntó Lucas, algo nervioso.

"Sólo estoy observando, mi estrategia es diferente" - contestó Tomás con confianza.

Finalmente, después de un tiempo que pareció eterno, Lucas se dio cuenta de que la situación no era la que había previsto. Tomás avanzó con una jugada sorprendente y, para su asombro, Lucas se encontró en un jaque mate.

"¡Ganaste!" - exclamó Lucas, incrédulo.

"Sí, sólo te observé y aprendí tus movimientos" - contestó Tomás, sonriendo.

Los aplausos de los otros estudiantes resonaron en el aula. A pesar de la derrota, Lucas sintió una mezcla de emociones. La arrogancia se transformó en humildad y respeto. Se acercó a Tomás y le dijo:

"Felicidades, realmente me sorprendiste. Nunca había perdido antes."

"Gracias, Lucas. Aprendí a entender y a no subestimar a nadie" - respondió Tomás, con la mirada brillante.

Desde ese día, Lucas decidió que no volvería a subestimar a ningún oponente, sin importar su experiencia. Comenzó a estudiar más, a observar a sus rivales, y a aprender de cada partida, ya fuera ganando o perdiendo. La señora Gómez lo vio crecer no solo como jugador de ajedrez, sino también como un compañero más humilde y sabio.

Al final del año escolar, Lucas y Tomás se hicieron buenos amigos y juntos, se inscribieron en más torneos. Lucas se volvió un mejor jugador y asombró a sus colegas, pero nunca olvidó la lección que Tomás le enseñó: siempre hay algo que aprender, y todos, sin importar cuán pequeños sean, pueden ser grandes maestros en su propio camino.

FIN.

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