El pequeño galleta y su gran aventura



Había una vez un nene llamado Lucas, a quien le encantaba comer galletas de chocolate. Cada día, después de la escuela, corría a su casa, se lavaba las manos y se dirigía directamente a la cocina. Allí, en la alacena, había una caja llena de sus galletas favoritas.

Un día, Lucas decidió que quería hacer galletas de chocolate él mismo. "¡Mamá!", llamó emocionado, "¿Podemos hacer galletas de chocolate juntos?"

Su mamá sonrió y dijo: "Claro, Lucas. Será muy divertido y aprenderás a cocinar".

Juntos, se pusieron a buscar los ingredientes: harina, azúcar, manteca, huevos y, por supuesto, chocolate. Mientras preparaban la masa, Lucas preguntó: "¿Por qué es importante aprender a cocinar, mamá?"

"Cocinar es una forma de cuidar de uno mismo y de los demás, Lucas. También es una manera de ser creativo y compartir momentos especiales".

Lucas pensó que eso era muy bonito, así que siguió ayudando. Pero cuando llegó el momento de hornear las galletas, Lucas se distrajo contando un montón de chismes a su mamá y, sin darse cuenta, se olvidó de poner la cantidad justa de azúcar.

Cuando sacaron las galletas del horno, olían delicioso, pero al probarlas, Lucas se dio cuenta de que estaban muy saladas. "¡Ay no! Esto no sabe como las galletas de la tienda", gritó.

"Eso es parte del aprendizaje, Lucas. A veces se cometen errores, pero lo importante es aprender de ellos".

Lucas no se desanimó. Decidió que al día siguiente volverían a intentarlo. "Esta vez, lo haré bien", se prometió.

Al otro día, revisaron cada ingrediente con más cuidado. Esta vez, las galletas fueron un éxito. "¡Mirá, mamá! Quedaron perfectas". Lucas estaba tan feliz que decidió llevar algunas galletas a su amigo Matías, quien vivía al lado.

"¡Hola, Matías!", dijo al llegar. "Hice galletas de chocolate, ¿quieres probar?"

"¡Claro!", respondió Matías, sacando la lengua de emoción al ver las galletas.

Mientras comían, Matías le confesó a Lucas que su familia estaba pasando por un momento difícil porque su papá había perdido su trabajo. "No tenemos mucho dinero para comprar cosas y… a veces, no hay ni siquiera galletas", dijo con tristeza.

Lucas sintió un nudo en el estómago. "¿Sabés qué? Podríamos hacer galletas juntos y llevarle a tu familia", propuso.

Matías sonrió y dijo: "Me parece una excelente idea".

Así que, esa misma tarde, los dos amigos se metieron mano a la obra y, entre risas y harina volando por el aire, hicieron un montón de galletas. Cuando terminaron, llevaron el plato lleno a la casa de Matías.

La mamá de Matías se emocionó mucho y dijo: "Esto es muy lindo, chicos. No saben cuánto me alegra ver sus sonrisas".

Lucas se dio cuenta de que no solo había aprendido a hacer galletas, sino que también había encontrado una manera de hacer feliz a alguien más. "Mamá tenía razón. Cocinar es especial porque puedo compartirlo".

Desde ese día, Lucas y Matías hicieron un equipo perfecto: cada semana, hacían su lote de galletas juntos y las repartían entre sus vecinos. Así, Lucas no solo disfrutaba de su amor por las galletas de chocolate, sino que también aprendió sobre la amistad y la generosidad.

Y aunque a veces cometían errores, siempre se reían y se prometían no rendirse. Con cada galleta que hacían, formaban nuevos vínculos y contagiaban sonrisas por todo el barrio.

Y así, Lucas se convirtió no solo en un gran amante de las galletas de chocolate, sino también en un excelente cocinero y un buen amigo que siempre estaba dispuesto a ayudar.

Fin.

FIN.

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