El Pequeño Gran Artista



Había una vez en un barrio tranquilo de Buenos Aires, un niño llamado Tomás. Tomás era un chico muy disciplinado, siempre hacía sus tareas a tiempo y nunca dejaba nada para el último momento. Sus padres estaban muy orgullosos de él, pero había algo que Tomás anhelaba: ser un gran artista y pintar hermosos murales en su escuela.

Un día, mientras paseaba por el parque, vio un mural maravilloso adornado con colores vibrantes. "¡Guau! ¿Quién habrá pintado eso?"- se preguntó. Tomás se acercó y se encontró con una anciana llamada doña Rosa, quien era la autora del mural. "Soy yo, querido. Me encanta compartir mi arte con el mundo. ¿Te gusta?"-

"¡Es increíble! Me encantaría aprender a pintar así. Pero, no sé si tengo el talento suficiente"-, respondió Tomás, un poco desanimado.

"El talento es solo una parte del camino, querido. La disciplina y el esfuerzo son igual de importantes. Si realmente quieres aprender a pintar, ven a mí todos los días después de la escuela y te enseñaré"-, le dijo doña Rosa con una sonrisa.

Desde ese día, Tomás se comprometió a asistir a las clases de doña Rosa sin falta. Al principio, pintaba solo garabatos y colores sin forma, pero ella le decía que todo estaba bien. "Cada maestro fue un aprendiz alguna vez"-, le decía. Sin embargo, no fue fácil. A veces, después de un largo día de clases, Tomás solo quería jugar y descansar, pero se acordaba de su sueño y se decía a sí mismo: "Debo esforzarme si quiero lograrlo"-.

Pasaron los meses, y cada día, Tomás practicaba con dedicación. Pintaba al anochecer, cuando el sol comenzaba a apagarse y su mente se llenaba de ideas. Sin embargo, un día, en la escuela, sus compañeros decidieron hacer un concurso de arte. "¡Vamos a participar!"-, gritó uno de sus amigos. Tomás sintió una punzada de nervios. "No creo que esté a la altura de los demás"-, pensó.

Esa noche, mientras miraba las estrellas desde su ventana, recordó las palabras de doña Rosa: "El esfuerzo vale la pena, Tomás. Pinta lo que sientes"-. Así que tomó su caballete y comenzó a crear. Pintó un mural que representaba su barrio, lleno de alegría y color, destacando la importancia de la unidad y la amistad.

El día del concurso llegó y todos estaban ansiosos por ver las obras de arte. Tomás presentó su mural y sintió una mezcla de emoción y miedo mientras sus compañeros lo observaban. "¡Es hermoso!"-, dijo una de sus amigas. "¡Sos un gran artista, Tomás!"-

Al final, el jurado tomó su decisión. El ganador fue... ¡Tomás! Su mural fue elogiado por su creatividad y dedicación. "No podría haberlo logrado sin el esfuerzo que puse en cada pincelada"-, celebró él.

"¡Lo sabía! ¡Te lo dije!"-, exclamó doña Rosa, abrazándolo con alegría. "Este es solo el comienzo, querido. La disciplina y el esfuerzo te llevarán a donde desees ir"-.

Desde aquel día, Tomás siguió pintando murales en su escuela y se convirtió en una inspiración para sus compañeros. Aprendió que la disciplina no solo lo ayudaba a ser un mejor artista, sino que también podía aplicarla en otras áreas de su vida.

Y así, Tomás supo que con esfuerzo, dedicación y un poco de disciplina, podía alcanzar cualquier sueño. A partir de entonces, su vida se llenó de color y alegría, y nunca dejó de compartir su pasión con los demás, siempre recordando a doña Rosa.

Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!