El pequeño humano en la Escuela Moustro



Era una mañana soleada y Diego, un niño de diez años, se despertó con una gran sonrisa en su rostro. Sabía que hoy era un día especial, lleno de aventuras en su querido colegio: la Escuela Moustro. No era una escuela cualquiera; estaba llena de criaturas mágicas y misterios que solo él podía descubrir. A pesar de ser el único humano entre monstruos, Diego se sentía como en casa.

Al llegar a la escuela, fue recibido por sus amigos monstruosos: Rocco, el enorme ogro de piel verde; Lola, la pequeña vampira con un gran corazón; y Max, el sabio fantasma que siempre contaba historias fascinantes.

"¡Hola, Diego!" - gritó Rocco con su potente voz "¿Listo para la clase de hoy?"

"¡Claro! Tengo muchas ganas de aprender sobre los hechizos de la naturaleza" - respondió Diego, lleno de entusiasmo.

Sin embargo, al entrar al aula, notaron algo extraño: la pizarra estaba cubierto de extrañas inscripciones que nunca habían visto antes. Max, el fantasma, frunció el ceño, preocupado.

"Esto no es bueno. Creo que alguien ha desatado un viejo hechizo que durmió en esta escuela por siglos. "

"¿Qué debemos hacer?" - preguntó Lola, con sus pequeños dientes asomando.

Rocco, siempre listo para la acción, sugirió:

"¡Vamos a averiguar de dónde vino este hechizo! Quizás alguien lo necesita para algo bueno."

Diego, emocionado por la idea de una aventura, propuso:

"Sí, pero para descubrirlo debemos trabajar juntos. ¡Vamos a buscar pistas!"

El grupo comenzó su investigación. Se dirigieron a la biblioteca de la escuela, que tenía libros que flotaban y estaban llenos de polvo. Allí, encontraron un libro antiguo titulado "Los secretos de la Escuela Moustro". La tapa estaba desgastada y, por alguna razón, brillaba con una luz tenue.

"Miren, esto puede tener la respuesta" - dijo Diego, abriendo el libro con cuidado.

Página tras página, descubrieron que el hechizo había sido lanzado por un monstruo que nunca pasó la materia de estudios mágicos.

"En nuestra búsqueda, debemos encontrar a ese monstruo y ayudarlo a aprender, así se quitará la maldición" - explicó Max de manera sabia.

Así que el grupo se embarcó en una nueva misión: encontrar al monstruo que había lanzado el hechizo y ayudarlo a estudiar. Comenzaron a buscar en rincones de la escuela donde nunca habían estado, desde el gimnasio hasta los laboratorios de pociones. Finalmente, encontraron a un pequeño minotauro, llamado Bruno, llorando en una esquina.

"¿Por qué estás triste?" - preguntó Diego.

"No puedo aprender, siempre me confundo en las clases, así que lancé un hechizo sin querer para que nadie pudiese estudiar" - sollozaba Bruno.

"No te preocupes, nosotros te vamos a ayudar" - dijo Lola con una sonrisa "A todos nos cuesta aprender a veces, lo importante es intentarlo".

Juntos se sentaron y empezaron a repasar lo que Bruno había aprendido. Con paciencia y risas, hicieron ejercicios de matemáticas, lecciones de historia y hasta un poco de hechicería básica.

"¡Miren! ¡Lo logré!" - gritó Bruno al resolver un problema "¡Gracias, amigos!"

Esa tarde, el hechizo se rompió, pero no solo eso, Bruno descubrió que la clave del aprendizaje estaba en la comunidad y el apoyo.

"Gracias por ayudarme a aprender. Prometo no volver a lanzar hechizos sin pensar" - dijo Bruno, con una gran sonrisa.

Desde ese día, la Escuela Moustro no fue solo un lugar de estudios, sino un hogar donde cada uno aprendía del otro. Diego se dio cuenta de que enseñar también era aprender y que la amistad era más poderosa que cualquier hechizo.

A partir de ahora, cada vez que Diego se levantaba de buen humor, sabía que su día en la Escuela Moustro sería una nueva aventura, llena de aprendizajes, risas y, por supuesto, con sus amigos al lado.

FIN.

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