El Pequeño Lucas y el Gran Aventura
Era un día soleado en el parque de la ciudad, y Lucas, un niño aventurero de siete años, corría feliz entre los árboles. Su mamá y su papá estaban cerca, disfrutando de un picnic, pero Lucas, siempre curioso y con ganas de explorar, se alejaba un poco más de ellos. De repente, un hermoso pájaro de colores brillantes llamó su atención y, sin pensarlo dos veces, comenzó a seguirlo.
- ¡Espera, pajarito! - gritó Lucas, corriendo tras el ave.
El pájaro volaba más alto y más lejos, y Lucas, emocionado, lo seguía hasta que, de pronto, se dio cuenta de que había perdido de vista a sus padres.
- ¡Mamá! ¡Papá! - gritó desesperadamente, pero no obtuvo respuesta.
Se dio vuelta, tratando de recordar el camino, pero todo parecía diferente. Los árboles eran más altos, y la gente que pasaba no le sonaba familiar. Lucas sintió un nudo en el estómago; estaba perdido.
- ¿Qué hago ahora? - se preguntó. Al no saber cómo describir a sus papás para pedir ayuda, empezó a pensar en las cosas que podía decir.
- Ellos son… altos… - murmuró Lucas, pero en su cabeza pensó, “Altos, pero hay muchas personas altas…”. Se puso a pensar en su mamá.
- Tiene el cabello largo y siempre lleva una bufanda roja… ¡no, eso tampoco ayuda! - se frustró un poco. Luz roja, ¿Qué me recuerda eso?
Mientras miraba a su alrededor, vio a una señora mayor. Se acercó un poco, decidido a intentar buscar ayuda.
- Señora, ¿ha visto a mis papás? - le preguntó, con un hilito de esperanza.
La señora, con una sonrisa amable, lo miró y le dijo,
- ¿Y cómo son, pequeño?
Lucas hizo una mueca por no saber cómo responder. - Son… altos, como los árboles… y… - se quedó pensativo. Recordó que su papá siempre llevaba gafas.
- ¡Tiene gafas! - exclamó. La señora asintió, alentándolo a seguir.
- ¿Y tu mamá, cómo es? - insistió la señora, mientras lo ayudaba a pensar.
- … Mi mamá tiene una sonrisa grande y siempre lleva un bolso de flores… - respondió, cada vez más confiado.
La señora le dijo que esperara un momento y se fue a preguntar a otras personas en el parque. Lucas comenzó a observar las cosas que lo rodeaban. Notó que había juegos, y decidió aprovechar su tiempo y jugar un poco, mientras tanto, el miedo se disipaba.
De pronto, escuchó una voz familiar. Eran sus padres que lo llamaban.
- ¡Lucas! - gritaban.
- ¡Acá estoy! - respondió, corriendo hacia ellos como un resorte.
Cuando finalmente se encontró con ellos, sus papás estaban preocupados.
- ¡Lucas! - gritó su mamá, abrazándolo fuerte.
- No debés irte tan lejos, hijo - dijo su papá, también aliviado de encontrarlo.
Lucas se sintió feliz, pero también un poco avergonzado por haberse perdido.
- Lo siento, quise seguir a un pájaro… - le explicó, mientras lo miraba con ojos brillantes.
Su mamá se agachó y le acarició el cabello.
- Está bien, Lucas; la curiosidad es buena, pero es importante que siempre estemos juntos.
- Sí, mamá. Aprendí que tenemos que tener un plan. La próxima vez, puedo buscar un lugar donde encontrarnos.
Mientras caminaban juntos de regreso al picnic, Lucas pensó en los detalles que los hacían únicos. Sus papás eran altos, tenían características especiales y también llevaban consigo el amor de su familia.
Ese día, Lucas no solo aprendió cómo describir a sus papás, sino que también entendió que en el momento más impredecible, siempre había una manera de encontrar el camino de regreso. La aventura quedó grabada en su corazón, y desde entonces, nunca se aventuró demasiado lejos sin preguntar primero.
Y así, el pequeño Lucas creció siendo un gran explorador, siempre pero siempre llevando consigo la importancia de la comunicación y la seguridad. En cada aventura, aprendió a observar y a recordarse a sí mismo que, aunque la curiosidad lo lleve lejos, nunca hay un lugar como el hogar y el abrazo de papá y mamá.
FIN.