El Pequeño Lunar y el Gran Círculo



Erase una vez en un pequeño bosque donde habitaban muchos animales, un humilde lunar que vivía en la hermosa y redonda cara de una niña llamada Sofía. El lunar era de color marrón y siempre soñaba con ser algo más que un simple punto en la piel de Sofía.

Un día, mientras Sofía jugaba con sus amigos cerca del río, el pequeño lunar exclamó, "¡Quiero ser un círculo!" Los amigos se rieron, y uno de ellos, un pequeño conejo llamado Pipo, le dijo, "Pero, amigo, sos un lunar, no podés cambiar eso. Aceptate tal como sos."

Esa noche, el lunar pensó en lo que le había dicho Pipo. "Quizá tiene razón", pensó. Pero su deseo de ser un círculo seguía latiendo dentro de él. Así que se durmió con la esperanza de que al amanecer, algo pasaría.

Al día siguiente, cuando Sofía despertó y se miró al espejo, algo mágico había sucedido: el pequeño lunar había crecido y se había convertido en un perfecto círculo. "¡Mirá, Pipo! Soy un círculo ahora!" -gritó Sofía emocionada. Pipo se asomó a la ventana y observó con sorpresa. "¡Eso es increíble! Pero, ¿te sientes diferente?"

Sofía tocó su cara y sintió el círculo brillante. "No tengo idea, pero se siente muy bien, como si todo fuera más hermoso."

Feliz por su nuevo aspecto, el círculo decidió que quería ser un instrumento de alegría. Al día siguiente, mientras Sofía jugaba con sus amigos en el bosque, se les ocurrió una idea. "¡Hagamos un juego de saltos! ¡El primero en saltar sobre el círculo gana!" Todos se emocionaron.

Los niños comenzaron a saltar, y todos querían tocar al círculo. Pero algo inesperado sucedió. En su afán por saltar, uno de los amigos, una ardilla llamada Tati, tropezó y cayó justo sobre el círculo. "¡Ay, no! El círculo se rompió en muchas partes!"

El lunar estaba triste. "Ahora ya no soy un círculo, solo somos pedacitos. Nunca seré tan especial como pensaba."

Sin embargo, Pipo dijo, "No te preocupes. Tal vez esos pedacitos puedan ser aún más divertidos."

El círculo se llenó de determinación y dijo, "¡Vamos a ver lo que podemos hacer!"

Entonces juntos, los niños empezaron a juntar los pedacitos y a decorarlos con hojas, flores y piedras de colores. A partir de esos pedazos, crearon hermosos adornos que colgaron en los árboles del bosque.

Cada uno de los niños tomó un pedacito y lo transformó en algo único. "Estos son aún más bonitos de lo que era antes. ¡Cuidado! No solo son mi forma, ¡sino las formas que podemos crear juntos!" -gritó el pequeño lunar.

Los animales y niños del bosque se unieron, y pronto, el lugar se llenó de color y alegría. Así, comprendieron que aunque a veces nuestros deseos no se cumplen exactamente como los imaginamos, pueden llevarnos a algo aún mejor.

El pequeño lunar aprendió a aceptarse por lo que era y también lo que se había vuelto. Se dio cuenta que cada pedazo era especial y que juntos podían crear belleza en el bosque.

Desde ese día, en vez de sentirse como un simple lunar, el pequeño lunar se convirtió en un símbolo de unidad y creatividad para todos los que vivían en el bosque. Todos los años, se celebraba el festival de los pedacitos, donde se compartían historias y se decoraban el bosque, recordando que la verdadera felicidad está en ser parte de algo más grande.

Así, el pequeño lunar se dejó llevar por lo que la vida le ofrecía, dando alegría a Sofía y a todo su mundo, y aprendió que se puede ser feliz sin importar la forma que tengamos. ¡Y esa fue su mayor transformación!

FIN.

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