El Pequeño Maestro de los Números



Había una vez, en un barrio lleno de colores y risas, un nene llamado Tomi que tenía 5 años. A Tomi le encantaba jugar con sus amigos, explorar el parque y recoger flores, pero había algo que le costaba mucho: contar. Todos sus amigos sabían contar hasta diez, y un día, decidieron hacer una competencia de saltos en el parque.

-Tomi, vení, ¡vení a contar los saltos! -le gritó su amiga Ana, con una gran sonrisa.

-¿Contar los saltos? No sé contar, a mí me gusta saltar y jugar -respondió Tomi, un poco triste.

Los chicos comenzaron a contar a medida que saltaban. -¡Uno, dos, tres! ¡Qué divertido! -decían, mientras Tomi los miraba desde un lado, sintiendo que se perdía de algo especial.

Al día siguiente, mientras paseaba por el parque, Tomi se encontró con un viejo árbol. En sus ramas había un pequeño pájaro.

-¿Por qué estás tan triste? -le preguntó el pájaro.

-No sé contar, y mis amigos juegan a contar los saltos. Creo que no puedo jugar con ellos. -dijo Tomi con un susurro.

-¡Pero eso no es un problema! -dijo el pájaro. -La vida está llena de números. ¿Qué te parece si te enseño a contar mientras jugamos juntos?

Tomi, emocionado, asintió con la cabeza. El pájaro le dijo que comenzaran desde lo más básico:

-¿Ves esas cinco hojas en el suelo? Contemos juntos. -dijo el pájaro.

-Una, dos, tres, cuatro... -Tomi se detuvo.

-¡Pero me falta una! -exclamó, mirando la hoja que quedaba.

-Sí, ¡la número cinco! -cantó el pájaro, dando una vuelta en el aire. -¡Eres un gran aprendiz! Ahora probemos con los saltos.

Tomi y el pájaro comenzaron a saltar.

-¡Uno! -gritó Tomi llenándose de alegría.

-¡Dos! -dijo el pájaro, así continuaron.

-¡Tres! ¡Cuatro! ¡Cinco! -Cada salto era una celebración, y Tomi sintió que iba aprendiendo y divirtiéndose al mismo tiempo.

Al final del día, Tomi ya sabía contar hasta cinco, ¡y eso era un gran logro! Se despidió del pájaro, y prometió que iba a seguir practicando. Al día siguiente, acercándose al parque, sintió que era un nuevo comienzo.

-Tomi, vení a jugar -gritó Ana.

-¡Esperen! -respondió Tomi, emocionado. -Hoy voy a contar los saltos yo.

Los amigos se miraron sorprendidos, pero alegres, y comenzaron a saltar.

-¡Uno! -gritó Tomi.

-¡Dos! -dijo Ana.

-¡Tres! -exclamó Pedro.

-¡Cuatro! -agregó Lía.

-¡Cinco! -gritó Tomi al unísono, y todos lo aplaudieron.

-¡Bravo, Tomi! -gritaron, rodeándolo.

-Gracias, amigos, gracias al pájaro, ahora puedo contar, ¡y jugar con ustedes! -dijo Tomi, con una gran sonrisa, sintiendo que la alegría de contar se había vuelto parte de su juego.

Días después, Tomi se sintió tan seguro que decidió contar hasta diez. Llevó a sus amigos a hacer una búsqueda del tesoro donde tendrían que contar todos los objetos que encontraran.

-Cuenten los regalos que encuentren en el parque -les dijo, y sus amigos lo miraron con admiración.

-¡Uno, dos, tres! -comenzaron a gritar felices mientras Tomi iba aumentando la cuenta.

-Tomi, ¡sos un gran maestro de los números! -dijo Ana, abrazándolo.

-Todo gracias al pájaro y a querer aprender -respondió Tomi, sonriendo de oreja a oreja, listo para seguir contando y jugando.

Y así, con su nueva habilidad, Tomi se convirtió en el mejor compañero de juegos: un pequeño maestro de los números. Y todos descubrieron que contar era igual a jugar, y jugar era lo que más les gustaba por encima de todo. Y así, no solo aprendió a contar, sino que se dio cuenta que con esfuerzo y alegría, no hay nada que no se pueda lograr.

FIN.

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