El Pequeño Mago de la Plaza
Había una vez un niño llamado Leo que vivía en un pequeño pueblo. Desde que pudo recordar, siempre había estado fascinado por la magia. Cada vez que veía a un mago en la televisión o un espectáculo en la plaza, sus ojos brillaban de emoción. - ¡Quiero ser un mago! - decía Leo emocionado a su madre. Pero su mamá solo sonreía y le decía que los magos eran solo personas que hacían trucos.
Un día, mientras paseaba por la plaza del pueblo, Leo vio un letrero que decía: "Clases de magia para niños: todos los sábados a las 3 p.m." Su corazón latió con fuerza. - ¡Esto es lo que estaba esperando! - exclamó. Con gran entusiasmo, decidió inscribirse.
Cuando llegó el primer sábado, la sala estaba llena de otros niños. Todos miraban con curiosidad al mago que iba a darles la clase. Era un hombre anciano con una gran barba blanca y un sombrero de copa. - ¡Hola, pequeños magos! - dijo el mago, sonriendo. - Mi nombre es Don Tino y hoy comenzaremos a aprender los secretos de la magia.
Don Tino les enseñó algunos trucos simples, como hacer desaparecer una moneda y sacar un pañuelo de un sombrero. Leo estaba emocionado, pero quería aprender trucos más impresionantes. - ¿Cuándo enseñarán magia de verdad? - preguntó Leo, con una mezcla de impaciencia y emoción.
Don Tino sonrió y contestó: - La magia no está solo en los trucos, Leo. Primero, debemos aprender a creer en nosotros mismos y a practicar. La confianza es la base de todo.
Leo decidió que practicaría todos los días. Cada vez que hacía un truco, se miraba al espejo y decía: - ¡Soy un gran mago! Sin embargo, aunque practicaba muy duro, a veces se sentía frustrado porque no lograba que salieran bien algunos trucos.
Un día, mientras practicaba en su casa, su hermana menor, Mia, lo vio. - ¿Por qué no funcionó? - le preguntó.
- No sé, Mia. Creo que nunca lo lograré. - respondió Leo, desanimado.
Mia le sonrió y dijo: - Tal vez solo necesitas un poco más de tiempo. La mejor parte de ser un mago es que a veces los errores pueden ser parte del truco.
Esas palabras resonaron en la mente de Leo. Decidió reintentarlo y no rendirse. Con el tiempo, y muchos intentos, comenzó a mejorar. Cada sábado, esperaba con ansias las lecciones con Don Tino. Sin embargo, había un detalle que lo inquietaba: el gran espectáculo de magia que se realizaría a fin de mes en la plaza, ¡y él quería participar!
Cuando llegó el día del espectáculo, Leo se sintió nervioso. - No sé si puedo hacerlo, Don Tino. - le confió.
- La magia que llevas dentro, Leo, es mucho más que un truco. Es la confianza y la alegría que puedes brindarle a los demás. Recuerda lo que te dije: si te caes, vuelve a levantarte. - respondió Don Tino.
En la plaza, había un montón de personas esperando. Leo se puso frente al público, sintiendo su corazón latir rápidamente. Recordó las palabras de Don Tino y se concentró. Cuando comenzó a hacer su presentación, se olvidó de los nervios: - ¡Hola a todos! Soy Leo, y hoy les mostraré algunos trucos mágicos.
Los aplausos comenzaron a resonar mientras Leo realizaba sus trucos. Aunque algunos no salieron como él esperaba, sonrió y siguió adelante. Al final de su presentación, todo el mundo aplaudió con entusiasmo, y su hermana Mia lo miraba con admiración.
- ¡Lo hiciste, Leo! - gritó Mia desde la multitud.
Esa noche, mientras Leo se preparaba para dormir, pensó en todo lo que había logrado. - No importa si no todo salió perfecto. ¡Lo importante es que disfruté y aprendí de cada momento! - se dijo a sí mismo con una sonrisa.
Así, Leo comprendió que la verdadera magia es creer en uno mismo y nunca rendirse. Desde entonces, siguió practicando y aprendiendo, pero lo más importante, compartió su magia y su alegría con todos a su alrededor. Y así, se convirtió en un verdadero pequeño mago del pueblo, enseñando a otros el poder de la confianza y la perseverancia.
FIN.