El pequeño Messi y su gran sueño
Había una vez en un pequeño barrio de Rosario, un niño llamado Mateo, que soñaba con convertirse en un gran futbolista. Desde que pudo caminar, era la pelota su mejor amiga. Cada día después de la escuela, corría al parque con sus amigos para jugar partidos improvisados, donde se sentía como una estrella del fútbol.
Un día, mientras Mateo jugaba en el parque, un extraño lo observaba desde la sombra de un árbol. Era el señor Julián, un exfutbolista que había jugado en equipos famosos y ahora entrenaba a niños en un club local.
"¡Epa, pibe! Tenés un gran talento. ¿Por qué no venís a probar suerte al club?" - le dijo el señor Julián con una sonrisa. Mateo se quedó sorprendido y emocionado.
"¡De verdad?" - preguntó el pequeño, con ojos brillantes.
"Sí, tenés que trabajar duro, pero yo creo que podés llegar lejos" - respondió el entrenador.
Mateo no podía creer lo que estaba escuchando. ¡Finalmente, su sueño de jugar en un club estaba al alcance de su mano! Esa noche, no pudo dormir pensando en la gran oportunidad que se le había presentado. Al día siguiente, llegó muy temprano al club con una camiseta que decía "Futuro campeón".
Las primeras semanas fueron duras. Mateo debía levantarse temprano para los entrenamientos, correr muchas vueltas alrededor de la cancha y escuchar críticas sobre su desempeño.
"No puedes hacer eso, Mateo. Necesitas mejorar tu control del balón" - le decía el señor Julián con firmeza.
Mateo se sentía un poco desanimado, pero algo dentro de él le decía que debía seguir intentándolo. Empezó a practicar más en casa. Se pasaba horas jugando solo en su jardín, perfeccionando sus regateos y tiros.
Un día, durante un partido clave del torneo de la liga, el equipo de Mateo estaba perdiendo 2-0. Todos estaban muy desanimados, y el entrenador ya estaba pensando en cambiar la estrategia.
"¡Vamos, chicos! No se rindan!" - gritó Mateo, aunque su voz temblaba de nervios.
Mateo tomó la pelota, dribló a varios adversarios y, cuando tuvo la oportunidad, disparó al arco. ¡GOL! El estadio estalló en júbilo.
"¡Eso es, pibe!" - gritó el señor Julián desde la línea de banda. Pero, la emoción no duró mucho, porque apenas unos minutos después, el equipo rival anotó otro gol.
El marcador estaba 3-1. Mateo miró a sus compañeros, que aún estaban desalentados.
"¡Todavía no se acabó! ¡Luchamos hasta el final!" - les dijo.
Con renovada energía, el equipo se lanzó al ataque. Mateo, inspirado, superó a un defensa luego a otro y lanzó un pase perfecto a su compañero, que anotó.
"¡Buenísima, Mateo!" - gritaron todos.
Con el marcador 3-2, faltaban solo 5 minutos. Era el momento de darlo todo. Mateo, con su corazón latiendo fuerte, se lanzó en una última jugada. Recibió la pelota, hizo una finta y lanzó un tiro que se coló en la red. ¡204, 3-3!
La multitud deliraba. Pero, en la última jugada, el equipo rival lanzó un tiro libre a favor. El jugador se preparó y, cuando iba a conectar el balón, Mateo, sorprendiendo a todos, se lanzó y le robó el balón en el aire.
"¡Vamos, equipo!" - gritó una vez más y salió corriendo hacia el arco. Passó la bola a su compañero, quien remató y, ¡GOL! El partido terminó y el equipo de Mateo ganó 4-3.
El señor Julián lo abrazó.
"¡Sos un verdadero jugador, Mateo!" - le dijo.
Mateo se dio cuenta de que todo el esfuerzo y las horas de práctica habían valido la pena. Aprendió que para alcanzar los sueños, además del talento, se necesitaba perseverancia y trabajo en equipo.
Desde ese día, Mateo continuó esforzándose y creando recuerdos inolvidables con su equipo, siempre motivando a los demás a nunca rendirse. Y así, el pequeño Messi hizo realidad su sueño de jugar al fútbol, demostrando que con esfuerzo, se puede lograr todo lo que uno se propone.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.