El Pequeño Sincero
En un pintoresco pueblo de México, vivía un niño llamado Tomás. Era un niño lleno de imaginación y alegría, pero tenía un pequeño problema: le gustaba contar mentiras, a veces solo para hacer reír, y otras para evitar problemas.
Un día, mientras jugaba en el parque, Tomás decidió que quería impresionar a sus amigos.
"¡Hoy vi un dragón en el cerro!" - exclamó emocionado.
Sus amigos quedaron boquiabiertos.
"¿De verdad?" - preguntó Lucía, con los ojos muy abiertos.
"Sí, ¡tenía escamas verdes!" - continuó Tomás, con una sonrisa traviesa.
La noticia del dragón se esparció como pólvora en el pueblo. Todos querían ir a ver al dragón, incluso los adultos. Tomás, emocionado por la atención, decidió seguir con la mentira.
Esa tarde, todos se reunieron en el cerro, listos para buscar el dragón. Pero al llegar, no había ni rastro de la criatura mágica. Los niños comenzaron a murmurar entre ellos.
"¿Dónde está el dragón, Tomás?" - preguntó Javier, visiblemente decepcionado.
"Eh... quizás no estaba aquí, pero era enorme, ¡se fue volando!" - improvisó Tomás, sintiendo un nudo en su pecho.
Poco a poco, los niños se fueron yendo, decepcionados. Entonces, Lucía se quedó atrás y le preguntó a Tomás:
"¿Por qué siempre inventás cosas?"
Tomás dudó. No quería defraudar a su amiga, pero no sabía qué decir.
"Quería que tuvieras algo emocionante..." - respondió, mirando al suelo.
Cuando volvió a casa, su madre le estaba esperando.
"Tomás, ¿por qué no me dijiste que tenías amigos nuevos en el parque?" - le preguntó su mamá.
"... porque no quería que te preocupes..." - respondió balbuceando.
Su madre sonrió, pero le dijo:
"Hijo, a veces las mentiras pueden parecer divertidas, pero pueden hacer que los demás dejen de confiar en ti. La verdad siempre es más valiosa, aunque a veces duela".
Esa noche, Tomás no pudo dormir. Repasaba el día en su mente y sintió un peso en su corazón. Al día siguiente, decidió que era hora de cambiar.
Volvió a encontrarse con sus amigos y, aunque le costó, les dijo la verdad sobre el 'dragón'.
"Chicos, tengo que disculparme... No vi ningún dragón, ¡me lo inventé!" - confesó, sintiéndose bastante nervioso.
Los amigos lo miraron sorprendidos.
"Está bien, Tomás, todos a veces decimos tonterías" - dijo Javier, y todos comenzaron a reírse.
Con el tiempo, Tomás aprendió que ser sincero tenía más recompensas que contar mentiras. Sus amigos comenzaron a confiar más en él y juntos construyeron historias de aventuras basadas en la realidad, lo cual fue igual de divertido.
Un día, en el parque, mientras buscaban tesoros ocultos, Tomás le dijo a Lucía:
"Hoy vi un pájaro que danzaba en el aire, ¡era impresionante!"
Lucía sonrió y le respondió:
"Contame más, eso suena increíble!"
Y así, Tomás descubrió que al contar la verdad, también podía hacer que su vida fuera mágica y llena de historias.
Desde aquel día, el niño pequeño de México se convirtió en el "Pequeño Sincero". Y cada vez que llegaba una nueva aventura, allí estaba Tomás, dispuesto a vivirla con una sonrisa y siempre, siempre, con la verdad.
FIN.