El pequeño viajero del universo
Había una vez, en un lejano planeta, un alienígena diminuto llamado Zog, cuya misión era visitar la Tierra para enseñar a los niños los secretos del universo.
Zog tenía la asombrosa capacidad de deslizarse en los oídos de los niños y transmitirles conocimientos cósmicos mientras dormían. Un día, en un tranquilo pueblo de la Tierra, vivía un niño llamado Tomás, un pequeño soñador que siempre miraba las estrellas fascinado por su brillo.
Tomás, a pesar de su corta edad, demostraba una curiosidad sin límites y una imaginación desbordante. Una noche, mientras dormía profundamente, Zog se coló en su oído para comenzar su enseñanza. -Hola, Tomás -dijo Zog en un susurro-.
Soy Zog, un viajero del cosmos, y vengo a enseñarte los misterios del universo. A partir de ese momento, cada noche Zog transportaba a Tomás a lugares lejanos, mostrándole galaxias, estrellas y planetas, y enseñándole sobre la inmensidad del espacio.
Tomás quedaba maravillado con cada lección y su mente se llenaba de conocimientos que ningún otro niño podría imaginar. Un día, después de meses de enseñanza, Tomás empezó a destacarse notablemente en la escuela. La gente se asombraba de su inteligencia y su forma de razonar.
Pero Tomás no revelaba su secreto, ya que había prometido a Zog mantener en silencio su asombroso aprendizaje. Sin embargo, una circunstancia inesperada hizo que Tomás olvidara todo lo que Zog le había enseñado.
Zog, al ver que sus enseñanzas se desvanecían de la mente de Tomás, decidió mostrarle una última lección: el valor de la amistad y el poder de la imaginación.
Con el tiempo, Tomás se convirtió en un adulto exitoso, pero siempre mantuvo viva en su memoria la chispa de la curiosidad que Zog había encendido en su corazón. Por las noches, contemplaba las estrellas con sus propios hijos, contándoles historias de mundos lejanos y aventuras cósmicas, manteniendo en secreto la mágica visita del pequeño viajero del universo.
Y aunque Zog ya no estaba en su oído, su enseñanza perduró para siempre en las estrellas, recordándole a Tomás que los secretos del universo residen en la grandeza de la imaginación.
FIN.