El perdón de Doña Rosa


Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, un niño llamado Fernando.

Desde muy chico tuvo que enfrentar situaciones difíciles, ya que su padre lo abandonó a los 3 años y su madre, Estela, buscaba consuelo en brazos de diferentes hombres. Fernando creció con mucho rencor en su corazón. Sentía que el mundo le debía algo por todas las dificultades que había enfrentado en su corta vida.

Cuando llegó a la adolescencia, se convirtió en un joven apuesto pero amargado, que solo buscaba desquitarse con las mujeres por todo el dolor que llevaba dentro. Un día, mientras paseaba por el bosque cercano al pueblo, Fernando se encontró con una anciana muy sabia llamada Doña Rosa.

Ella pudo ver más allá de la fachada dura de Fernando y percibió la tristeza y la soledad que lo consumían. "Hola joven", dijo Doña Rosa con voz dulce.

"Pareces llevar un peso muy grande sobre tus hombros". Fernando no estaba acostumbrado a ser tratado con tanta amabilidad y sinceridad. Se mostró reticente al principio, pero algo en los ojos bondadosos de la anciana lo hizo bajar la guardia.

"¿Qué sabrás tú de mi dolor? ¡No tienes idea de lo que he pasado!", respondió Fernando con amargura. Doña Rosa simplemente sonrió y le tendió una mano.

"Quizás no sé los detalles de tu historia, querido Fernando, pero sé lo suficiente para decirte que el odio y la venganza solo te traerán más sufrimiento. Debes aprender a perdonar y dejar ir el pasado para poder encontrar la paz". Las palabras de Doña Rosa resonaron en el alma de Fernando.

Por primera vez en mucho tiempo, sintió una chispa de esperanza encenderse dentro de él.

Decidió abrirse a Doña Rosa y contarle toda su historia: el abandono de su padre, la negligencia de su madre y cómo eso había moldeado su forma de ver el mundo. Doña Rosa escuchó atentamente cada palabra sin juzgarlo. Luego le contó historias maravillosas sobre segundas oportunidades, sobre cómo cada uno tiene el poder de escribir su propio destino y cambiar el rumbo de su vida.

Fernando comenzó a visitar regularmente a Doña Rosa. Poco a poco fue dejando atrás sus resentimientos y aprendiendo a sanar sus heridas internas.

Comenzó a disculparse con las mujeres a las que había lastimado y a buscar formas positivas de canalizar sus emociones. Con el tiempo, Fernando se convirtió en un hombre compasivo y empático. Ayudaba a los demás del pueblo sin esperar nada a cambio y se ganó el cariño y respeto de todos quienes lo conocían.

Y así, gracias al amor incondicional y la sabiduría de Doña Rosa, Fernando encontró finalmente la paz interior que tanto anhelaba.

Aprendió que no importa cuántas veces hayamos sido heridos en el pasado; siempre hay espacio para sanar, crecer y ser felices nuevamente.

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