El Perezoso que Quería Vivir



En un frondoso bosque de la selva amazónica, vivía un perezoso llamado Lento. A diferencia de sus amigos, que siempre estaban ansiosos por correr y explorar, Lento disfrutaba de la tranquilidad de una rama alta. Pasaba horas mirando las hojas moverse con el viento y observando a los demás animales hacer su vida.

Un día, sus amigos, el mono Saltarín y la ardilla Ágil, se encontraron con Lento en su rama favorita.

"¡Lento, ven a jugar!", gritó Saltarín.

"No, chicos, estoy bien aquí. Me gusta ver el paisaje", respondió Lento, con su voz suave.

Ágil, llena de energía, se columpió de una rama a otra (aunque advirtió que no debía convertirse en una acrobacia peligrosa).

"¡Pero Lento, la vida es para vivirla! Hay tantas cosas que ver y hacer", exclamó Ágil mientras hacía un giro en el aire.

Lento sonrió. "Tal vez, pero cada uno tiene su forma de vivir y existir. Yo disfruto de la calma".

Un día, los animales del bosque se enteraron de un gran festival donde todos celebrarían juntos. Saltarín y Ágil quedaron emocionados.

"¡Vamos, Lento! ¡Debes venir! Habrá carreras, baile y comida deliciosa!", insistió Saltarín.

"No sé...", dudó Lento, y miró sus garras largas y sus ojos soñadores.

Finalmente, sus amigos lo convencieron. Lento decidió que era hora de experimentar pero a su propio ritmo. El día del festival, el bosque estaba lleno de música y alegría. Lento llegó a un lado, moviéndose lento pero seguro.

Al principio, se sintió un poco fuera de lugar, observando a todos. Saltarín y Ágil estaban saltando en una carrera. Lento pensó: "Tal vez debería intentarlo".

"¡Voy a participar!", anunció, aunque su corazón latía más lento que su cuerpo.

La carrera comenzó, y todos volaron, excepto por Lento, que salió al final, pero decidió disfrutar del momento.

"¡Vamos, Lento!", gritó Ágil desde la delantera, encontrando la manera de alentarlo.

Mientras corría, Lento notó que su andar tranquilo le permitía apreciar el aroma de las flores y escuchar el canto de los pájaros. Mientras sus amigos se agitaban, él se adentró en un hermoso campo lleno de colores.

No ganaría la carrera, y quizás tampoco bailaría brillante, pero cada paso que daba era un paso hacia una nueva aventura. Y al final de la carrera, todos lo recibieron con abrazos y aplausos.

"¡Bravo, Lento! ¡Eres increíble!", lo animaron sus amigos.

"Gracias, pero creo que lo mejor de participar fue descubrir cosas hermosas en el camino", respondió Lento con una sonrisa satisfactoria.

Aquel festival hizo que Lento comprenda que vivir no se trataba solo de correr, sino de disfrutar de los momentos, de las pequeñas cosas que hacen la vida especial.

Desde aquel día, Lento siguió disfrutando de su ritmo pausado, pero ahora compartía con sus amigos las aventuras que ocurrían en su lento andar. Encontró que vivir era exactamente eso: permitir que la vida lo sorprendiera, aún si a veces significaba ir más despacio que los demás. Cada uno vive a su manera, y eso es lo que hace que la vida sea tan rica y maravillosa. Así, el perezoso Lento aprendió que existir es un arte que se puede disfrutar a su propio tiempo, sin prisas pero con alegría.

Al final del día, todos los animales celebraron juntos y Lento, aunque no fue el más rápido, se llevó el premio de la amistad y un nuevo entendimiento sobre lo que significa realmente vivir.

FIN.

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