El Pérezoso Rosado y el Niño Perdido



Había una vez en una ciudad llamada Gruñópolis, un lugar donde la amabilidad era tan escasa como una nube en un día soleado. Los habitantes de Gruñópolis eran conocidos por su actitud grosera y su falta de consideración hacia los demás. Todos se apuraban por la vida, sin detenerse a mirar a su vecino o a ofrecer una mano amiga.

Un día, un niño llamado Tomás, cansado de la grosería de su ciudad, decidió aventurarse más allá de las murallas. "Quizás fuera de aquí encuentre amigos que sonrían", pensó. Con su energía y curiosidad, salió de la ciudad, pero pronto se encontró con una gran sorpresa.

Mientras exploraba un bosque cercano, Tomás tropezó con una raíz y cayó en un hoyo profundo. "¡Ayuda! ¡Alguien, por favor!" gritó mientras miraba al cielo. Pasaron los minutos y la desesperación crecía.

Justo cuando estaba a punto de perder la esperanza, un gran perezoso rosado apareció de entre los árboles. Sus ojos eran grandes y amables, y su cuerpo parecía estar siempre en cámara lenta. Tomás lo miró con sorpresa. "¿Quién sos?" -preguntó el niño.

"Soy Pepe, el perezoso rosado. Vine a ver qué pasa. ¿Te has perdido, pequeño?" -respondió el perezoso con una voz suave.

"Sí, caí en este hoyo y no puedo salir. ¡Ayúdame!"- rogó Tomás, sintiéndose aliviado por la compañía.

Pepe sonrió. "¡Claro que sí! Pero primero, necesito que me cuentes algo. ¿Cómo es que tú y tus amigos tratan a los demás en tu ciudad?"

Tomás dudó. Había sido parte de las groserías de Gruñópolis. "Bueno, todos son bastante groseros y poco amables. Nunca pensamos en ayudar a los demás..."

Pepe se rascó la cabeza. "¿Y no crees que una sonrisa o una mano amiga pueden cambiar eso? Vamos, ayudame a pensar en cómo podemos hacerlo juntos."

Tomás, intrigado por las ideas de Pepe, comenzó a pensar en formas de salir del hoyo. "Podríamos hacer una cuerda con ramas y lianas. Tal vez si juntamos fuerzas, podríamos lograrlo."

Pepe sonrió de nuevo. "Esa es la actitud, Tomás. ¡Vamos a intentarlo!"

Juntos, comenzaron a buscar ramas. Pepe, aunque lento, tenía una increíble habilidad para elegir las mejores lianas. Después de un tiempo, ¡lograron hacer una cuerda resistente!"¡Ahora sí! Solo tienes que subir y cuando llegues al borde, me dejas salir a mí también," dijo Pepe emocionado.

Y así fue como Tomás logró salir del hoyo. Con gran esfuerzo, se aferró a la cuerda y luego, usando sus brazos, escaló hacia la luz. Cuando llegó, se dio vuelta y vio a Pepe mirándolo, con su hermoso brillo rosado.

"¡Lo logramos!" exclamó Tomás. "Gracias, Pepe. Nunca pensé que podría salir de ahí y mucho menos aprender algo tan importante. ¡Ahora quiero regresar a Gruñópolis y compartirlo con todos!"

"¡Eso es genial! La generosidad es contagiosa. Si tú das un poco de amabilidad, recibirás mucho más a cambio,” aconsejó Pepe.

Tomás corrió de vuelta a casa, ansioso por contarles a todos sobre su aventura y lo que había aprendido de Pepe.

Cuando llegó a Gruñópolis, se encontró con la misma actitud grosera.

"¡Eh, Tomás! ! No vuelvas! ¡No queremos saber sobre tus aventuras!" gritó un grupo de chicos. Pero Tomás no se dejó desanimar.

"¡Espérenme! ¡Conocí a un perezoso rosado que me enseñó la importancia de ser amables! ¡Podríamos ser amigos y ayudarnos unos a otros!"

La multitud comenzó a reírse. Pero Tomás, decidido, continuó. "Si compartimos amabilidad, seremos felices. ¡Intentémoslo, por favor!"

A medida que hablaba, más niños se acercaban, intrigados por su historia. Pronto, algunos comenzaron a recordar lo que se sentía ayudar a alguien. Todos decidieron darle una oportunidad.

Poco a poco, Gruñópolis empezó a cambiar, y la amabilidad se extendió por la ciudad. Un gesto sencillo de Tomás había comenzado a romper la dureza de sus corazones.

Con el tiempo, la ciudad se convirtió en un lugar donde las sonrisas y la generosidad reinaban. Todos recordaban a Pepe, el perezoso rosado, y cómo su enseñanza les había ayudado a encontrar el valor de la amabilidad.

Tomás, al hablar de su viaje, inspiró a muchos, y juntos hicieron de Gruñópolis un lugar más alegre para vivir. Y así, lo que comenzó como una ciudad gruñona, se transformó en un hogar donde la generosidad se convirtió en la verdadera riqueza de su gente.

FIN.

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