El perrito Pible y la gatita Pelusa



Había una vez, en un pequeño y colorido barrio, un perrito llamado Pible y una gatita llamada Pelusa. Pible era un perro juguetón y alegre, con un pelaje marrón brillante y orejas que siempre se movían cuando olfateaba algo interesante. Pelusa, por otro lado, era una gata curiosa, de suaves patas y un pelaje blanco como la nieve con manchas grises.

Un día, Pible estaba jugando en el parque cuando se encontró con Pelusa. Él le dijo:

"Hola, Pelusa. ¿Quieres jugar conmigo?"

"Hola, Pible. Claro que sí. Me encantaría jugar a atrapar la pelotita", respondió Pelusa, meneando su cola emocionada.

Ambos comenzaron a jugar felices, corriendo de aquí para allá mientras Pible intentaba atrapar la pelotita que Pelusa lanzaba. Sin embargo, un día mientras jugaban, la pelotita rodó hacia un arbusto espinoso.

"Uh-oh, ¿cómo vamos a sacar la pelota de allí?" preguntó Pible, mirando nerviosamente el arbusto lleno de espinas.

"No te preocupes, Pible. Yo puedo intentar meterme entre las ramas. Soy ágil", dijo Pelusa con confianza.

"Pero ten cuidado, no quiero que te lastimes", respondió Pible con preocupación.

Pelusa, a pesar de los advertencias de Pible, se adentró en el arbusto. Cuando llegó a la pelotita, logró atraparla. Pero, al intentar volver, se enganchó en unas espinas y empezó a maullar.

"¡Ay, ay, ay! ¡Me he quedado atrapada!" - gritó Pelusa asustada.

"No te muevas, ¡ya voy!" - dijo Pible, mientras corría hacia el arbusto.

Pible comenzó a buscar una forma de ayudar a Pelusa.

"Si empujas un poco hacia atrás, quizás pueda sacar tu pata", le sugirió.

"Voy a intentarlo, ¡pero tengo miedo de lastimarme más!" - respondió Pelusa.

Con mucho cuidado, Pelusa hizo lo que Pible le dijo y, tras varios intentos, logró liberarse. Aunque un par de espinas la habían pinchado, nada grave. Después de esto, ambos amigos se sentaron en el césped para descansar.

"¡Ese fue un gran susto!" dijo Pelusa mientras se sacudía.

"Sí, pero aprendí algo muy importante: hay que pensar antes de actuar. Además, siempre hay que ayudar a los amigos", afirmó Pible, sonriendo.

Desde aquel día, Pible y Pelusa decidieron ser más cautelosos en sus juegos. Comenzaron a explorar el parque juntos, siempre cuidando uno del otro. Aprendieron a respetar los lugares peligrosos y a no jugar cerca de ellos.

Luego, un día, encontraron un pequeño estanque lleno de patitos nadando. Pelusa miraba fascinada mientras Pible ladraba alegre.

"¡Son tan adorables!" dijo Pelusa.

"Sí, pero tenemos que tener cuidado y no asustarlos", respondió Pible, recordando su experiencia en el arbusto.

Mientras observaban a los patitos, vieron a uno que se había quedado atrapado en unas algas. Pible y Pelusa se miraron.

"¡Debemos ayudarlo!" exclamó Pelusa.

"Sí, pero debemos pensar en cómo hacerlo sin lastimarlo. No quiero que eso vuelva a pasar", dijo Pible, recordando la lección que habían aprendido.

Ambos se acercaron al estanque con cuidado. Pible empezó a ladrar suavemente para llamar la atención del patito y hacer que se tranquilizara. Mientras tanto, Pelusa se metió entre las algas con agilidad.

"¡Voy! ¡Ya casi lo tengo!" gritó Pelusa.

"¡Cuidado con las patas! No lo asustes!" advirtió Pible.

Con paciencia y trabajo en equipo, lograron liberar al patito.

"¡Lo hicimos! ¡Qué bien!" celebró Pelusa.

"Sí, y lo hicimos cuidando la seguridad de todos", dijo Pible con orgullo.

A partir de entonces, Pible y Pelusa no solo se convirtieron en los mejores amigos, sino que también aprendieron la importancia de la amistad, el trabajo en equipo y de tomar decisiones pensadas. Desde aquel día, se volvieron los héroes del parque, ayudando a otros animales que lo necesitaban y convirtiéndose en un ejemplo para todos los que pasaban por allí.

Y así, en su pequeño mundo lleno de aventuras y lecciones, Pible y Pelusa vivieron felices, siempre listos para el próximo desafío, recordando que juntos eran más fuertes y podían enfrentar cualquier cosa con un poco de cuidado y mucha amistad.

FIN.

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