El perro alegre



En un pequeño pueblo rodeado de colinas y flores, vivía un perro llamado Saltarín. Saltarín era un perro alegre, siempre moviendo su cola y saltando por todo el lugar. Su dueña, una niña llamada Lucía, lo quería muchísimo. Cada día, Saltarín la acompañaba a la escuela y la esperaba en la puerta cuando salía.

Un día, mientras paseaban por el parque, Saltarín notó algo extraño en un rincón. Un grupo de niños estaba reunido y, a primera vista, parecían muy tristes.

- ¿Por qué están tan tristes? - preguntó Saltarín a los niños, usando su mejor ladrido amigable.

- No tenemos pelotas para jugar - respondió uno de los niños con un puchero en la cara.

Saltarín pensó que eso no podía ser, ¡los niños deben jugar y reír!

- ¡No se preocupen! - ladró con entusiasmo. - ¡Voy a encontrar una pelota!

Los niños lo miraron con sorpresa, pero también con un atisbo de esperanza. Saltarín comenzó a correr alrededor del parque, buscando entre los arbustos, los árboles y los bancos. Sin embargo, no encontró ninguna pelota.

Estaba a punto de rendirse cuando de repente, se encontró con un anciano que estaba sentado en una banca, leyendo un libro.

- ¡Hola, señor! - ladró Saltarín, acercándose al anciano. - ¿No tiene una pelota que pueda darme para jugar con los niños?

El anciano sonrió y le hizo una seña para acercarse. - No tengo una pelota, pero sé cómo hacer una. -

Saltarín miró al anciano con curiosidad. El anciano empezó a buscar en su bolso y sacó un ovillo de hilo.

- Voy a enseñarte a hacer una pelotita. -

Saltarín y el anciano se sentaron juntos. Con paciencia y alegría, el anciano comenzó a mostrarle cómo enrollar el hilo y atarlo. Saltarín prestó mucha atención y, después de unos minutos, ya tenía una pelotita hecha de hilo.

- ¡Mirá! - exclamó el perro agitando orgullosamente su nueva creación.

Saltarín corrió de regreso con los niños, que miraron la pelotita con asombro.

- ¡Saltarín, qué genial! - dijo uno de los niños. - ¡Vamos a jugar!

Pronto, la tristeza se convirtió en risas y alegría. Todos los niños se unieron y empezaron a jugar, lanzando la pelotita de un lado a otro. Saltarín saltaba de alegría, feliz de ver cómo disfrutaban.

Durante la tarde, el anciano se fue del parque, pero no sin antes prometerle a Saltarín que siempre podría regresar para aprender algo nuevo.

Poco a poco, el parque se llenó de más niños que querían jugar. Saltarín les contó cómo había hecho la pelotita y todos comenzaron a hacer sus propias pelotas de hilo.

Fue así como el parque se convirtió en un lugar de creatividad, donde los niños no solo jugaban, sino que también aprendían a hacer cosas juntos, ríendose y disfrutando de cada momento.

Pasaron los días y, una tarde, Saltarín vio que los niños estaban tristes nuevamente.

- ¿Qué sucede ahora? - preguntó, moviendo su cola.

- ¡Ya no hay más hilo para hacer pelotas! - suspiró uno de los niños.

Saltarín, aunque no sabía dónde conseguir hilo, recordó al anciano y decidió ir a buscarlo.

Corrió hacia la banca donde la última vez había visto al anciano, pero esta vez no estaba. Con preocupación, comenzó a buscarlo por el pueblo. Saltarín pasó por cafés, tiendas y hasta preguntó a otros perros del barrio, pero nadie lo había visto.

Frustrado pero decidido, saltó sobre su propia sombra y siguió buscando. Finalmente, se encontró con una mujer que parecía estar cosechando flores en su jardín.

- Hola, señora. - dijo Saltarín. - Estoy buscando hilo para jugar con los niños.

La mujer, sorprendida, sonrió. - Tengo un montón de ovillos en mi casa, ¿por qué no vienes? -

Saltarín ladró con entusiasmo y siguió a la mujer. Cuando llegaron, ella le mostró una caja llena de colores brillantes.

- ¡Toma todo lo que necesites! - dijo la mujer riendo. - ¡Así los niños podrán seguir jugando!

Con agradecimiento, Saltarín recogió algunos ovillos y corrió de regreso al parque.

- ¡Tomen, chicos! - ladró al llegar, mostrando los ovillos.

Los niños saltaron de alegría y comenzaron a hacer pelotas como locos. En solo un momento, el parque se llenó de risas nuevamente.

Desde entonces, cada vez que los niños se quedaban sin hilo, Saltarín se encargaba de buscar a la mujer de las flores para conseguir más. Todos aprendieron la importancia de ayudar a los demás y de colaborar como comunidad.

Y así, el perro alegre, su dueña Lucía, y todos los niños del pueblo, vivieron felices, aprendiendo y jugando juntos.

Y cada vez que veían a un nuevo amigo triste, sabían que un pequeño acto de ayuda podía cambiar la situación.

Fue una hermosa lección sobre la amistad, la solidaridad y la importancia de ayudar a los demás, que nunca olvidaron.

Y así, todos los días, el perro alegre Saltarín seguía recorriendo el parque, llevando siempre alegría a quienes lo rodeaban.

FIN.

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