El perro aventurero


Había una vez un niño llamado Mateo que vivía en la ciudad de Quito, Ecuador. Un día, su familia decidió llevarlo al parque de Yaruquí para disfrutar de un hermoso día al aire libre.

Mateo estaba muy emocionado porque nunca había estado en ese parque antes. Llevaba consigo su pelota favorita y no podía esperar a jugar con ella en los amplios espacios verdes del lugar.

Cuando llegaron al parque, Mateo corrió hacia el campo abierto y comenzó a patear su pelota con alegría. Pero mientras jugaba, la pelota salió rodando fuera del área donde se encontraban los demás visitantes.

Mateo fue tras ella sin darse cuenta de que se estaba alejando cada vez más de sus padres. Cuando finalmente alcanzó la pelota, volteó y se dio cuenta de que ya no veía a su familia por ningún lado. El corazón de Mateo comenzó a latir rápidamente y sintió un nudo en el estómago.

No sabía qué hacer ni cómo encontrarlos. Se sentó en el césped y comenzó a llorar desconsoladamente.

De repente, escuchó una voz amable detrás de él diciendo: "¿Estás bien?" Era un perro grande y amigable que parecía entender lo que le ocurría al niño. Mateo levantó la cabeza entre sollozos y vio al perro moviendo la cola mientras lo miraba con ternura. El perro parecía decirle: "No te preocupes, yo te ayudaré".

Juntos, Mateo y el perro exploraron el parque buscando pistas que los llevaran de regreso a la familia del niño. Preguntaron a todos los visitantes si habían visto a sus padres, pero nadie parecía haberlos visto.

Después de mucho buscar, Mateo y el perro llegaron al lago del parque. Allí encontraron una pequeña barca abandonada. El perro saltó dentro y comenzó a mover su cola emocionadamente, como si quisiera que Mateo lo siguiera.

Con un poco de miedo pero también con esperanza, Mateo subió a la barca y el perro comenzó a remar hacia el otro lado del lago. Al llegar, se encontraron con un grupo de niños jugando cerca de una casita en los árboles.

Mateo se acercó tímidamente y les preguntó si habían visto a su familia. Los niños le dijeron que no, pero uno de ellos señaló hacia la casita en los árboles y dijo: "Puedes subir allí para tener una mejor vista".

Mateo trepó por las ramas hasta llegar a la casita y desde allí pudo ver todo el parque.

Entonces vio algo familiar: ¡sus padres estaban sentados en un banco no muy lejos! Bajando rápidamente de la casita, corrió hacia ellos mientras gritaba: "¡Papá! ¡Mamá!". Sus padres lo abrazaron fuertemente al verlo y le pidieron disculpas por haberlo perdido de vista. Cuando contó toda su aventura con el perro amigable, sus padres decidieron adoptarlo como mascota.

Desde ese día, Mateo siempre tuvo cuidado de no alejarse demasiado sin avisar a sus padres y aprendió la importancia de pedir ayuda cuando se sentía perdido.

Y así, Mateo vivió muchas más aventuras junto a su perro fiel y siempre recordó el día en que se perdió en el parque de Yaruquí como una lección valiosa sobre la importancia de estar cerca de quienes nos cuidan.

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