El Perro Libre
Había una vez, en un pequeño pueblo, un señor llamado Don Alfredo. Don Alfredo tenía un perro llamado Rufus, un travieso y juguetón caniche que siempre estaba amarrado en el patio de su casa. Don Alfredo pensaba que amarrar a Rufus lo mantenía seguro, pero en realidad, Rufus se sentía como un prisionero en su propio hogar.
Un día, Don Alfredo, ocupado en sus asuntos, cometió un pequeño error: dejó la puerta de su casa abierta y su vecino, el malhumorado Don Miguel, decidió llamar a la policía.
"¡Estos ruidos no pueden seguir!" -bramó Don Miguel, señalando a Rufus que estaba ladrando para jugar con los niños del barrio.
La policía, después de que Don Miguel se quejara, decidió llevarse a Don Alfredo para que se calmaran los ruidos. Lo llevaron a la cárcel y le explicaron que estaba allí por haber dejado su casa desordenada y crear molestias en el vecindario.
"¿Así que esto es estar encerrado?" -se preguntó Don Alfredo, mientras miraba las rejas de la celda y recordaba lo que era disfrutar de la libertad. Pasaron las horas y, aunque no era un lugar agradable, comenzó a pensar en Rufus. ¿Estaba él ahí afuera, igual de solo y triste?
Don Alfredo pasó la noche en la cárcel, y al día siguiente, cuando lo liberaron, sentía una gran tristeza. Subió a su bicicleta y regresó a su casa apurado por ver a Rufus y disculparse por lo que había hecho. Al llegar, encontró a su perro sentadito en el patio, con mirada melancólica.
"Lo siento, Rufus, lo siento mucho" -dijo Don Alfredo, arrodillándose para acariciarlo. Rufus movió la cola pero no podía dejar de pensar en todos los días que había pasado atado.
Don Alfredo decidió que era hora de hacer un cambio. Fue a la tienda de mascotas y compró una larga correa que le permitiría a Rufus correr y jugar sin ataduras, pero sin perder de vista a su dueño.
"Desde hoy, vamos a pasear juntos" -dijo mientras le ponía la correa a Rufus.
Cuando salieron, Rufus tiró de la cuerda con un gran salto hacia adelante, como si quisiera abrazar el mundo. Juntos recorrieron el parque, y Rufus correteaba libremente, olfateando cada rincón, saludando a otros perros, mientras Don Alfredo seguía su ritmo.
Un día, mientras paseaban, se encontraron con un grupo de niños que estaban jugando a tirar la pelota. Rufus se iluminó al verlos.
"¡Mirá, Rufus!" -exclamó Don Alfredo. "¿Querés jugar?"
Rufus no esperó respuesta. Corrió hacia los niños, que lo recibieron con sonrisas y lanzaron la pelota para que Rufus pudiera alcanzarla.
"¡Es un buen perro!" -gritó una nena.
Desde entonces, Rufus se convirtió en el perro más querido del barrio. Siempre estaba corriendo, jugando y, sobre todo, disfrutando de su libertad. Don Alfredo aprendió a no solo cuidar a su perro, sino también a darle amor y respeto.
"La libertad es importante, Rufus," -le decía a menudo mientras jugaban juntos. "Nunca más te volveré a atar."
Y así, Don Alfredo y Rufus compartieron muchas aventuras, recorriendo el pueblo, jugando con los niños, y disfrutando del aire fresco. Don Alfredo entendió que a veces, lo que creemos que es seguridad, puede ser solo una manera de privar a quienes amamos de su libertad. Desde ese día, él y Rufus aprendieron juntos que la amistad y el respeto son las bases de una vida feliz.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.