El perro que aprendió a esperar
Había una vez en un tranquilo barrio de Buenos Aires, un perro llamado Simón. Simón era muy juguetón y siempre estaba lleno de energía. Vivía junto a su dueño, Don Carlos, quien era un hombre mayor y solitario.
Todas las mañanas, el perro se despertaba temprano y comenzaba a ladrar para llamar la atención de su amo.
El ruido del ladrido resonaba por toda la vecindad, despertando a todos los vecinos y provocando que el señor González, que vivía al lado de Don Carlos, se levantara molesto. "¡Simón! ¡Por favor deja de ladrar tan temprano! Necesito descansar", decía el señor González con voz cansada.
Pero Simón no entendía las palabras del señor González y continuaba ladrando sin parar. Esto provocaba que la señora Marta, quien vivía en el departamento de arriba del señor González, también se enojara.
"¡Basta ya! ¡No puedo soportarlo más!"- exclamaba la señora Marta mientras golpeaba con fuerza su escoba contra el piso. El ruido del golpeteo asustó tanto a los niños que vivían enfrente del edificio que comenzaron a llorar sin control. La mamá de los niños salió corriendo para calmarlos pero estaba tan preocupada que no sabía qué hacer.
En ese momento, apareció Sofía, una niña curiosa y valiente que siempre buscaba soluciones para los problemas.
Al ver la situación complicada entre Simón ladrando sin cesar, Don Carlos intentando dormir tranquilo mientras el señor González y la señora Marta se enfadaban, y los niños llorando de miedo, Sofía decidió intervenir. Se acercó al perro Simón y con una sonrisa le dijo:"Simón, sé que estás emocionado por comenzar el día, pero tus ladridos están causando muchos problemas.
¿Podrías esperar un poco más antes de despertar a todos?"Simón miró a Sofía con sus ojos brillantes y movió su cola en señal de comprensión.
A partir de ese momento, el perro aprendió a controlarse y esperaba pacientemente hasta que Don Carlos se levantara para comenzar las actividades del día. Con los ladridos del perro solucionados, el señor González pudo descansar tranquilamente sin enfadarse.
La señora Marta ya no tenía motivos para golpear su escoba contra el piso y los niños dejaron de llorar asustados. Agradecidos por la intervención de Sofía, los vecinos decidieron organizar una fiesta en honor a la valiente niña. Durante la celebración, compartieron risas y anécdotas mientras disfrutaban de ricos platos típicos argentinos.
Desde aquel día, Simón se convirtió en un perro querido por toda la vecindad. Y cuando llegaba la hora de despertarse, él siempre recordaba esperar hasta que Don Carlos diera las buenas mañanas.
Y así fue como gracias a una niña valiente llamada Sofía, un problema aparentemente sin solución se resolvió pacíficamente en aquel tranquilo barrio porteño.
FIN.