El perro que se creía un gato
Había una vez un perro de color negro llamado Chispa. Era muy juguetón y siempre corría detrás de todo lo que se movía en el jardín de la familia González. Pero había un pequeño detalle: Chispa creía que era un gato.
Chispa pasaba horas observando a la familia de gatos que vivía cerca de su casa. A ellos les encantaba treparse por los árboles, jugar a las escondidas y dormitar sobre el alfeizar de la ventana. Chispa, siempre curioso, decidió imitar a sus amigos felinos.
Un día, mientras intentaba subirse a un árbol, encontró a su amiga, la gata Lía.
"¡Chispa! ¿Qué estás haciendo ahí?" - le preguntó con una mezcla de sorpresa y risa.
"¡Quiero ser un gato como ustedes! ¡Miren qué bien lo hago!" - respondió Chispa, mientras se resbalaba y caía al suelo.
Lía no pudo contener la risa.
"Amigo, eres un perro. Y eso está muy bien. Cada uno tiene sus habilidades. También puedes ser juguetón de otras maneras."
Chispa se sentó con las orejas caídas.
"Pero yo quiero ser ágil como ustedes, ¡quiero saltar y correr por las ramas!"
Lía pensó un momento.
"Pero, Chispa, tienes tu propia forma de jugar. ¿Por qué no intentas unir lo mejor de ser un perro y un gato?"
Esa noche, Chispa no pudo dormir pensando en lo que le había dicho Lía. Así que decidió que al día siguiente probaría algo nuevo.
Al amanecer, Chispa se levantó con mucha energía. Se acercó al árbol y, en lugar de intentar subirlo, corrió en círculos a su alrededor. Saltó con fuerza, hizo piruetas en el aire y finalmente se dejó caer en la suave alfombra de hojas secas. ¡Se sintió tan feliz!"¡Veo que has encontrado tu propia forma de jugar!" - dijo Lía desde una rama.
"¡Es cierto! No necesito ser un gato para divertirme. ¡Soy un perro y soy genial!" - respondió Chispa emocionado.
Con el tiempo, Chispa y Lía comenzaron a jugar juntos. Uno corría y brincaba mientras el otro se escabullía entre los arbustos, haciéndose el difícil. Jugaron al escondite y Lía hasta le enseñó algunos movimientos sigilosos de gato que Chispa podía adaptar a su estilo.
Un día, mientras corrían, se encontraron con un grupo de animales que estaban todos muy preocupados.
"¿Qué pasó?" - preguntó Chispa.
"Un perrito se ha perdido y no podemos encontrarlo. Nadie quiere ayudar porque tenemos miedo de que sea muy grande y agresivo." - dijo un pequeño ratón.
Chispa sintió un nudo en el estómago.
"Yo puedo ayudar. ¡Soy un perro!" - afirmó Chispa con determinación.
"Pero eres diferente, Chispa. No eres como los otros perros…" - dudó Lía.
"¡Eso no importa! Lo que importa es que soy juguetón y quiero ayudar. ¡Vamos!" - dijo Chispa comenzando a buscar a su compañero.
Conseguido, Chispa utilizó su energía y su olfato para encontrar al perrito perdido. Al final lo hallaron detrás de un arbusto, temblando.
"¡No te preocupes! Estoy aquí para ayudarte!" - dijo Chispa, moviendo la cola.
"¿De verdad?" - preguntó el perrito.
"Sí, ven conmigo. Te llevaré de regreso a casa." - dijo Chispa mientras lo guiaba con su visión.
Los otros animales los siguieron asombrados.
Finalmente, Chispa llevó al perrito perdido de regreso a su casa. Todos los animales vitorearon en agradecimiento por la valentía de Chispa. Lía se acercó a él con una sonrisa.
"¿Viste lo que hiciste? No necesitabas ser un gato para ser valiente. ¡Eres un gran perro!" - le dijo.
Chispa sonrió.
"Y ahora sé que puedo ser lo que quiera sin importar cómo me vea. No tengo que ser un gato para jugar, ser valiente o hacer amigos."
Desde aquel día, Chispa dejó de intentar ser un gato e hizo lo que le gustaba. Disfrutaba de sus correteos en el jardín, las siestas al sol y, sobre todo, de la amistad sincera de Lía y todos los demás animales. Y siempre fue el perro más feliz de todo el barrio, recordando que cada uno tiene su propia esencia y que, al final del día, la diversidad es lo que hace que el mundo sea un lugar maravilloso.
Y así, Chispa aprendió a celebrar su verdadera identidad y también a aceptar a los demás tal como eran. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.