El Perro sin Patita
Había una vez, en un barrio marginal de Buenos Aires, un perrito llamado Pablo. Pablo no tenía una patita, y aunque caminaba un poco torpemente, siempre llevaba una sonrisa en su cara. Vivía con un grupo de otros animales en un pequeño refugio improvisado que habían hecho en un rincón del barrio.
Cada día, Pablo veía cómo sus amigos corrían y jugaban. A veces, se sentía triste por su situación, pero su mejor amiga, una gatita llamada Lila, siempre lo animaba.
"No te preocupes, Pablo. ¡Eres más fuerte de lo que crees!" - le decía Lila, mientras dejaba caer un par de pequeñas plumas que había encontrado.
Un día, el barrio decidió organizar un torneo de juegos para animales. ¡Todos estaban emocionados! Pablo sentía que no podría participar, y eso lo hacía sentir aún más triste. Pero Lila insistió en que debía intentarlo.
"Pablo, la idea no es ganar. Es divertirse y mostrar lo que puedes hacer. Y yo creo que tienes un talento especial" - dijo Lila, mientras le guiñaba un ojo.
El día del torneo, había carreras de velocidad, saltos y varias pruebas. Cuando llegó la carrera, Pablo se puso muy nervioso. Miró a su alrededor y vio a perritos mucho más rápidos que él.
"No puedo hacerlo, Lila" - se quejó.
"Pero sí puedes, solo corre a tu ritmo" - animó Lila.
La carrera comenzó y Pablo salió disparado, no muy rápido, pero con mucho ánimo. En el camino, se topó con otros perritos que intentaron ayudarlo.
"¿Necesitás ayuda?" - le preguntó uno de ellos, un labrador llamado Max.
"No, ¡puedo hacerlo!" - respondió Pablo decidido, mientras siguió corriendo. A pesar de las dificultades, su determinación lo llevó a alcanzar a algunos de los otros competidores.
En una parte de la carrera, se encontró con una zanahoria enorme en el camino. Todos los otros perritos pasaron de largo, pero Pablo, que amaba las zanahorias, se desvió y la llevó con él mientras corría.
"¿Qué estás haciendo? ¡Estás perdiendo tiempo!" - le gritó Max.
"Pero es una zanahoria. ¡Hay que disfrutar el día!" - le contestó Pablo, riendo con la zanahoria bien agarrada en su hocico.
Al final de la carrera, Pablo no llegó primero, pero fue recibido con aplausos y risas por todos los que estaban allí. Aunque no ganó, todos habían visto su gran espíritu.
"¡Eres un campeón, Pablo! Nunca te rendiste" - dijo Lila, saltando de alegría.
Pablo se dio cuenta de que lo importante no era llegar primero, sino disfrutar de cada momento. Con el tiempo, todos los animales del barrio empezaron a imitar su espíritu, y cada vez que se organizaban juegos, nadie se preocupaba por el ganador. En cambio, celebraban la participación de todos, desde el perro más rápido hasta el más pequeño, sin importar si no tenía una patita.
Pablo se convirtió en un símbolo de alegría y amistad para todos. Aprendió que no hay barreras que no se puedan superar si uno tiene el corazón lleno de ganas. Y así, en ese barrio marginal, el perrito sin patita se volvió el más querido por todos, recordando a cada uno que las verdaderas victorias no siempre son las que vemos, sino las que llevamos dentro de nosotros.
Y así vivieron, intensamente, jugadores de alegría y diversión, en un barrio donde la risa y la amistad jamás faltaban.
FIN.