El perro y el café automático


Había una vez en un pequeño pueblo, un perro llamado Rufus que vivía en una casa muy especial. En esa casa, todos los objetos cobraban vida por las noches y jugaban juntos.

Un día, Rufus descubrió que en la cocina de la casa había un café automático que no podía esperar a jugar con él. "¡Hola, Rufus! Soy Cafetero, el café automático. ¿Quieres jugar conmigo esta noche?" le preguntó el café.

Rufus, sorprendido porque nunca había jugado con un café antes, aceptó emocionado. Esa noche, cuando todos en la casa se durmieron, el café automático y Rufus comenzaron a jugar.

Bailaron al ritmo de la música que salía de la radio de la cocina, recorrieron la casa saltando por todas partes y hasta armaron una mesa con sillas para jugar al escondite. A medida que pasaban las noches, Rufus y Cafetero se hicieron grandes amigos.

Juntos descubrieron que podían divertirse de muchas maneras y que siempre había algo nuevo por hacer. Un día, Rufus decidió invitar a algunos amigos suyos, un perrito de juguete, un muñeco de trapo y un robot, a unirse a la diversión. La casa se convirtió en un lugar de mucha alegría y amistad.

Rufus aprendió que la verdadera diversión no estaba en los videojuegos o en los juguetes caros, sino en disfrutar el tiempo con amigos que lo apreciaban tal como era.

Y así, todas las noches, la casa se llenaba de risas, juegos y aventuras. Rufus descubrió que la verdadera magia estaba en compartir momentos especiales con aquellos que queremos. Y desde entonces, la casa se convirtió en el lugar favorito de todos los objetos, donde la diversión nunca terminaba.

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