El Pescador del Balón



Había una vez en Cartagena un pescador llamado Mateo, que todos los domingos se levantaba temprano para preparar su bote y salir al mar a pescar.

Mateo era muy trabajador y siempre regresaba con una buena pesca que luego vendía en el mercado del pueblo. Un día, mientras caminaba por la ciudad amurallada después de vender sus pescados, escuchó risas y juegos de niños que venían de una plaza cercana.

Curioso, se acercó y vio a un grupo de pequeños jugando fútbol con una pelota vieja y desgastada. "¡Qué divertido se ve!", pensó Mateo para sí mismo. Se acercó al grupo de niños y les preguntó si podía unirse a jugar.

Los niños lo miraron sorprendidos al principio, pero luego asintieron emocionados. Mateo demostró ser un excelente jugador, ágil y con buen dominio del balón a pesar de no haber jugado antes. "¡Eres genial, señor pescador!", exclamó uno de los niños.

Mateo sonrió feliz mientras disfrutaba del juego con los pequeños. Después de un rato, se despidió prometiendo volver el próximo domingo para jugar nuevamente.

A partir de ese día, cada domingo después de vender sus pescados en el mercado, Mateo iba directamente a la plaza a jugar fútbol con los niños. Se convirtió en su amigo y mentor, enseñándoles técnicas nuevas y compartiendo historias sobre sus aventuras en el mar.

Un domingo, mientras jugaban juntos, uno de los niños le preguntó a Mateo por qué no tenía zapatos adecuados para jugar fútbol como ellos. El pescador explicó que prefería gastar su dinero en cosas más importantes para él y su familia.

Los niños quedaron impresionados por la generosidad y humildad de Mateo. Decidieron hacer algo especial por él como muestra de gratitud por todo lo que les había enseñado. Esa misma semana organizaron una colecta entre ellos para comprarle unos zapatos nuevos al pescador.

Cuando llegó el domingo siguiente y le entregaron el regalo sorpresa, Mateo no pudo contener las lágrimas de emoción. "Gracias chicos", dijo emocionado. "Estos son los mejores regalos que he recibido".

Desde ese día, Mateo siguió visitando la ciudad amurallada todos los domingos no solo para vender sus pescados sino también para jugar fútbol con sus amigos pequeños. La bondad y la amistad habían unido sus corazones formando un equipo imbatible dentro y fuera del campo.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!