El picnic de la familia argentina


Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, una familia muy unida que se llamaba los Fernández.

En esa familia vivían la mamá Carolina, el papá Juan, los hermanitos Martín y Sofía, y su mascota inseparable, un perro callejero al que habían adoptado y llamado Mate en honor a la bebida tradicional argentina. Un día soleado de verano, la familia decidió hacer un picnic en el parque para disfrutar juntos.

Prepararon empanadas caseras, sándwiches de jamón y queso, tortas dulces y por supuesto no podía faltar el mate. Mate era parte importante de sus vidas; lo compartían siempre entre todos.

Al llegar al parque, encontraron un lugar bajo la sombra de un árbol donde extendieron una manta y colocaron toda la comida. Mate estaba emocionado correteando por ahí olfateando todo con curiosidad. La familia se sentó alrededor del mantel y comenzaron a disfrutar del almuerzo.

"¡Qué rico está todo esto!", exclamó Martín mientras devoraba una empanada. "Sí, mamá cocina como los dioses", dijo Sofía con la boca llena de sándwich. De repente, Mate comenzó a ladrar emocionado mirando algo detrás de unos arbustos.

Todos se levantaron para ver qué pasaba y descubrieron que había llegado otro perro callejero buscando comida. Era flaco y se veía cansado. —"Pobrecito" , dijo Carolina con tristeza. "Seguro tiene hambre".

"Le daremos algo de comer", propuso Juan mientras le acercaba una empanada al perro desconocido. El perro callejero aceptó la comida con alegría e inmediatamente empezó a mover la cola contento. La familia lo observaba cariñosamente mientras comía con ganas.

"Creo que este perrito también necesita un hogar como Mate", comentó Juan. "Sí", estuvo de acuerdo Carolina. "Podríamos adoptarlo si todos están de acuerdo". Los niños Martín y Sofía asintieron emocionados ante la idea de tener otro compañero animal en casa.

Así fue como aquella familia tan unida decidió llevarse al nuevo amigo animal a casa junto a ellos. Le dieron agua fresca para beber y le buscaron un rincón acogedor donde pudiera descansar tranquilo.

Desde ese día, aquel perro callejero encontró en los Fernández no solo comida y techo seguro sino también amor incondicional. Ahora tenía una nueva familia que lo cuidaría siempre junto a su fiel amigo Mate.

La lección que aprendieron ese día fue que compartir va más allá de repartir alimentos o cosas materiales; también es compartir amor, compasión y generosidad hacia aquellos que más lo necesitan.

Y así concluyó esta historia inspiradora sobre cómo una simple jornada familiar puede cambiar vidas tanto humanas como animales para siempre mediante el poder del compartir.

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