El picnic solidario


Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, una familia muy especial. Estaba formada por la mamá, Clara, el papá, Juan, y sus tres hijos: Martina, Lucas y Valentina.

Lo que los hacía únicos no era solo el amor que se tenían, sino también el cariño y respeto que se profesaban mutuamente. Un día soleado de primavera, la familia decidió hacer un picnic en el parque.

Llevaron una canasta llena de sandwiches, jugos naturales y galletitas caseras. Mientras almorzaban juntos sobre un mantel a cuadros verdes y blancos, Martina propuso jugar a un juego nuevo que había inventado.

"¡Chicos! ¡Les propongo un desafío! Cada uno tiene que decir algo que ama de nuestra familia", exclamó Martina emocionada. "¡Qué buena idea! Empiezo yo", dijo Lucas con entusiasmo. "Yo amo cuando nos reímos juntos hasta llorar". "Y yo amo cuando cocinamos todos juntos los domingos", agregó Valentina con una sonrisa.

"Yo amo cuando nos abrazamos fuerte antes de dormir", expresó Clara con ternura. "Y yo amo cuando salimos a pasear en bicicleta los cinco juntos", concluyó Juan con alegría.

De repente, mientras disfrutaban del sol y compartían su amor familiar, escucharon unos ruiditos provenientes del arbusto cercano. Intrigados, se acercaron sigilosamente y descubrieron a una cría de pajarito herida. "¡Pobrecito! Necesita ayuda", exclamó Martina preocupada. Sin dudarlo ni un segundo, decidieron llevar al pajarito a casa para cuidarlo entre todos.

Le prepararon un nido con hojitas secas en una caja calentita e investigaron qué alimentos podían darle para que se recuperara pronto.

Durante días se turnaron para alimentarlo con miguitas de pan mojadas en agua tibia y lo mimaron con mucho cariño hasta que finalmente el pajarito sanó por completo y estuvo listo para volar libre nuevamente. La experiencia de haber cuidado al pajarito enfermo les enseñó aún más sobre la importancia del trabajo en equipo y la solidaridad familiar.

Comprendieron que cada uno aportaba algo único pero fundamental para lograr grandes cosas juntos. Después de esa aventura inolvidable, la familia seguía siendo tan única como siempre pero ahora valoraban aún más lo especial que era tenerse los unos a los otros.

Sabían que su amor era como una fortaleza indestructible capaz de superar cualquier obstáculo o desafío que pudiera presentarse en su camino.

Y así fue como aquella familia tan querida en Villa Esperanza continuó viviendo sus días llenos de amor incondicional, complicidad y felicidad compartida sabiendo que no importaba qué desafíos enfrentaran en el futuro porque siempre podrían contar los unos con los otros.

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