El Pingüino que Quería Vivir en la Selva



Había una vez un pingüino llamado Pedro que vivía en un helado continente. Pedro era un pingüino muy curioso y, mientras deslizaba su pancita sobre el hielo, siempre se preguntaba por qué no podía vivir en la selva.

"¡Todo es tan verde y cálido allá!", pensaba mientras observaba migrar a los pájaros coloridos. "¿Por qué no podría ser un pingüino de la selva?". Así que, una mañana, decidió embarcarse en una aventura para descubrir ese lugar mágico.

Pedro se despidió de sus amigos.

"- ¡No te olvides de nosotros, Pedro!", le gritaron desde lejos.

"- ¡No se preocupen! ¡Volveré con historias increíbles!", respondió con una sonrisa.

Con su mochila llena de sueños y un mapa dibujado a mano, Pedro comenzó su viaje. Tras días de camino, finalmente llegó a la selva. Todo estaba lleno de grandes árboles, flores de colores vibrantes y una calidez que abrazaba su pequeño cuerpo.

"- ¡Llegué! ¡Soy un pingüino de la selva!", exclamó emocionado.

Mientras exploraba, conoció a una ardilla llamada Lila.

"- ¿Quién sos, pingüino?", preguntó Lila, sorprendida al ver a Pedro.

"- ¡Soy Pedro! Vengo de un lugar frío porque quiero vivir aquí, en la selva!", dijo él.

Lila se rió.

"- ¡Pero aquí hace calor! No creo que puedas quedarte mucho tiempo. ¿Por qué no pruebas a ser un pingüino de la selva durante un día?", sugirió.

Pedro, emocionado, aceptó el desafío. Pasó la mañana saltando entre los árboles y disfrutando del calor. Pero a medida que el sol subía alto en el cielo, comenzó a sentir el cansancio.

"- ¡Estoy tan caliente!", se quejó mientras se sacudía las plumas. Lila, preocupada, le ofreció un poco de agua fresca.

"- ¡Gracias, Lila! Pero creo que no estoy hecho para esto", dijo Pedro, mirando a su alrededor. Aunque la selva era hermosa, se sentía diferente y fuera de lugar.

Decidido a explorar más, Pedro se encontró con un grupo de monos que jugaban en un charco.

"- ¡Hola! ¡Yo soy Pedro, un pingüino! Quiero jugar", gritó, corriendo hacia ellos. Los monos lo miraron con curiosidad.

"- ¿Un pingüino? ¿Aquí en la selva?", preguntó uno de los monos.

"- Sí, estoy intentando estar como ustedes", respondió. Pero después de varios intentos, se dio cuenta de que no podía saltar entre las ramas como ellos. Se cayó al suelo, un poco desorientado.

"- ¡Ay! ¡Esto es más difícil de lo que pensé!", se lamentó, mientras los monos reían suaves pero cariñosos.

Al final de la tarde, Pedro se sentó bajo un árbol, sintiéndose un poco triste.

"- ¿Por qué no puedo quedarme aquí?", susurró al viento. De pronto, Lila se acercó y le dijo

"- Pedro, todos los lugares tienen sus maravillas, incluso nuestra selva. Pero cada uno de nosotros tiene un hogar que nos hace sentir mejor. ¿No extrañas el frío, el hielo, y a tus amigos?".

Pedro sonrió, comprendiendo la verdad de sus palabras.

"- Creo que sí, Lila. Me gusta la selva, pero no puedo vivir aquí como ustedes. ¡Extraño el frío y el sonido del hielo!", contestó.

"- Entonces, ¿por qué no vuelves a tu hogar? Siempre podrás volver a visitarnos", sugirió Lila con calidez.

Pedro se levantó, lleno de energía. "- ¡Eso haré!", exclamó. Así que se despidió de sus nuevos amigos, prometiendo volver a visitarlos un día.

Cuando finalmente regresó a su hogar en el frío, sus amigos lo recibieron con abrazos.

"- ¡Te extrañamos, Pedro!", gritaron con alegría.

"- ¡Y yo a ustedes!", replicó él, sintiéndose cálido por dentro.

Pedro se dio cuenta de que su lugar estaba entre los suyos, disfrutando de los helados paisajes y el frío refrescante.

Cada vez que miraba hacia el cielo y veía a los pájaros volar, sonreía, porque ahora entendía que su hogar era perfecto tal como era. Y aunque el calor de la selva lo había deslumbrado, también siempre habría una parte de su corazón que amaría la calidez de sus amigos en la selva.

Y así, Pedro aprendió que la curiosidad lo llevó a aventuras maravillosas, pero su verdadero hogar siempre sería aquel donde se sentía amado y feliz.

FIN.

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