El poder curativo del amor
Había una vez una niña llamada Sofía, a quien le encantaba jugar y disfrutar de la vida. Pero un día, Sofía se despertó con fiebre y no se sentía bien para jugar. "Mamá, me siento mal.
No puedo ir a la escuela hoy", dijo Sofía con voz débil. La mamá de Sofía, preocupada por su hija, fue corriendo a su habitación para ver cómo estaba. "Tranquila, mi amor.
Vamos a cuidarte hasta que te sientas mejor", respondió su mamá mientras le tomaba la temperatura. Sofía se acurrucó en su cama y pronto llegó su abuela para visitarla. La abuela era una mujer sabia y cariñosa que siempre tenía las palabras adecuadas para animar a Sofía.
"¡Hola, mi princesita! ¿Cómo estás hoy?", preguntó la abuela con una sonrisa tierna en el rostro. Sofía miró a su abuela y suspiró tristemente. "No me siento bien, abuela. Quiero jugar pero no puedo".
La abuela acarició el cabello de Sofía y dijo: "No te preocupes, cariño. Estaremos aquí contigo y haremos todo lo posible para hacerte sentir mejor".
Justo en ese momento, Jazmín, la perrita fiel de Sofía, entró corriendo en la habitación y saltó sobre la cama junto a ella. Jazmín lamía el rostro de Sofía como si quisiera decirle que todo estaría bien. Sofía sonrió por primera vez desde que se levantó esa mañana.
Los días pasaron lentamente y la fiebre de Sofía comenzó a disminuir, pero ella todavía no se sentía lo suficientemente fuerte como para jugar. Sin embargo, su mamá, su abuela y Jazmín hicieron todo lo posible para animarla.
"Sofía, ¿qué te parece si pintamos un cuadro juntas?", sugirió su mamá. Sofía asintió débilmente y las tres comenzaron a pintar en el patio trasero. Aunque Sofía no podía hacer mucho esfuerzo físico, disfrutaba viendo cómo los colores cobraban vida en el lienzo.
Después de varios días de descanso y actividades tranquilas, Sofía finalmente empezó a sentirse mejor. Su energía volvió poco a poco y su sonrisa volvió a iluminar su rostro. Un día soleado, Sofía se levantó de la cama llena de energía y entusiasmo.
Corrió al encuentro de su mamá y abuela que estaban preparando una sorpresa en la sala. "¡Feliz recuperación, Sofi!", exclamaron ambas mientras le mostraban un pastel con velitas encendidas.
Sofia sopló las velas con todas sus fuerzas y todos aplaudieron emocionados. La pequeña niña estaba completamente curada gracias al amor incondicional de su familia y la compañía leal de Jazmín.
A partir de ese día, Sofía aprendió una valiosa lección: que siempre habrá momentos difíciles en la vida, pero con el apoyo adecuado podemos superar cualquier obstáculo. Y así fue como Sofi entendió que el amor era el mejor medicamento para cualquier enfermedad.
Y así, Sofía continuó disfrutando de la vida y jugando con su perrita Jazmín, siempre agradecida por el amor y cuidado que recibió de su mamá y abuela. Fin.
FIN.