El poder de la amabilidad



Había una vez un niño llamado Martín, quien era muy travieso y siempre estaba metido en problemas. Sus padres intentaban enseñarle buenos modales, pero parecía que Martín no prestaba atención.

Un día soleado, Martín decidió ir al parque a jugar. Cuando llegó, vio a otros niños jugando en los columpios y decidió unirse a ellos.

Pero en lugar de esperar su turno como todos los demás, se coló y empujó a uno de los niños para subirse al columpio. El niño empujado por Martín se levantó llorando y corrió hacia su mamá.

Ella se acercó furiosa a Martín y le dijo: "¡No es así como se comporta un niño educado! Debes aprender a respetar el turno de los demás". Martín sintió mucha vergüenza por lo que había hecho y decidió disculparse con el niño afectado. Se acercó tímidamente y le dijo: "Lo siento mucho por haberte empujado. No fue correcto de mi parte".

El niño herido aceptó la disculpa de Martín y juntos volvieron al juego. Mientras tanto, en otra parte del parque, había una anciana sentada en un banco alimentando a las palomas.

A pesar de estar rodeada de pan rallado, las aves parecían tener hambre porque muchas más estaban volando cerca esperando su turno para comer. Martín observaba desde lejos cómo la anciana compartía pacientemente el pan con cada paloma sin dejar que ninguna quedara sin comida.

Admirado por su generosidad, decidió acercarse y ayudarla. Martín se sentó a su lado y comenzó a repartir el pan rallado entre las palomas. La anciana sonrió y le dijo: "Eres un buen niño por ayudarme.

Las palomas también merecen respeto y ser alimentadas con calma". Martín reflexionó sobre lo que la anciana le había dicho y decidió ponerlo en práctica.

A partir de ese día, cada vez que iba al parque, esperaba su turno para jugar, compartía sus juguetes con los demás niños y siempre trataba de ser amable con todos. Un día, mientras Martín estaba en el parque siguiendo sus nuevos modales, vio a un niño nuevo sentado solo en una banca.

Se acercó a él y le preguntó si quería jugar. El niño aceptó encantado y juntos empezaron a divertirse. Resulta que el niño nuevo se llamaba Lucas, y era muy tímido. Había llegado recientemente al vecindario y no conocía a nadie.

Gracias a los buenos modales de Martín, pudo hacer un nuevo amigo. A medida que pasaban los días, Martín se dio cuenta de cómo los buenos modales podían cambiar la vida de las personas.

No solo hizo amigos en el parque, sino que también mejoró su relación con sus padres porque ahora les prestaba atención cuando le enseñaban algo importante. Desde aquel día en el parque, Martín continuó practicando buenos modales en todas las áreas de su vida.

Descubrió que ser educado no solo hacía felices a los demás, sino también lo hacía sentir bien consigo mismo.

Y así es como Martín, el niño travieso, se convirtió en un ejemplo de buenos modales para todos los niños del vecindario. Aprendió que con respeto y amabilidad, se pueden crear grandes cambios en la vida de las personas y en el mundo que nos rodea.

FIN.

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