El poder de la inclusión
Había una vez un niño llamado Mateo que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. Mateo era un niño muy especial, ya que tenía una discapacidad en sus piernas y necesitaba usar una silla de ruedas para moverse.
A pesar de esto, siempre tenía una sonrisa en su rostro y nunca se dejaba vencer por las dificultades.
Un día, el profesor de educación física del colegio decidió organizar una competencia deportiva para fomentar la inclusión entre los estudiantes. Todos los niños estaban emocionados con la idea, pero a Mateo le preocupaba no poder participar debido a su discapacidad. "¡Profesor! ¿Puedo participar aunque use silla de ruedas?", preguntó Mateo tímidamente.
El profesor lo miró con ternura y le respondió: "Claro que puedes, Mateo. El deporte es para todos". Mateo se llenó de alegría al escuchar esas palabras y decidió comenzar a entrenarse junto a sus amigos para la gran competencia.
Todos los días, después del colegio, iban al parque a practicar diferentes disciplinas deportivas. El primer día intentaron jugar al fútbol adaptado. Colocaron dos arcos más bajos para que Mateo pudiera patear el balón desde su silla de ruedas.
Aunque al principio fue difícil controlarlo, poco a poco fue mejorando gracias a la ayuda y paciencia de sus amigos. "¡Vamos, Mateo! ¡Tú puedes!", lo animaban mientras corrían junto a él por toda la cancha.
Después de varias semanas de entrenamiento intenso, llegó el día de la competencia. Mateo estaba nervioso pero emocionado por mostrar todo lo que había aprendido. Los niños de otros colegios también estaban ansiosos por ver cómo se desenvolvería Mateo en las distintas pruebas.
La primera prueba era una carrera de sillas de ruedas. Todos los niños salieron disparados, pero Mateo tuvo algunos problemas al principio y quedó un poco rezagado.
Sin embargo, no se dio por vencido y siguió esforzándose, logrando alcanzar a varios competidores. "¡Vamos, Mateo! ¡Tú puedes hacerlo!", gritaban sus amigos desde la línea de meta. Finalmente, cruzó la meta en tercer lugar y todos los presentes lo aplaudieron con fuerza.
Aunque no había ganado la carrera, había demostrado su valentía y determinación. La siguiente prueba era lanzamiento de pelota. Los niños lanzaron sus pelotas lo más lejos posible y luego fue el turno de Mateo.
Con todas sus fuerzas empujó la pelota con su mano hacia adelante, sorprendiendo a todos al superar las marcas anteriores. "¡Increíble, Mateo! ¡Eres un campeón!", exclamaron emocionados sus amigos. Al finalizar la competencia, el profesor entregó medallas a los participantes destacados en cada disciplina deportiva.
Cuando llegó el momento del premio a la inclusión, todos sabían que ese reconocimiento era para Mateo. "Este premio es para alguien muy especial", dijo el profesor mientras miraba directamente a Mateo.
"Es para aquel niño que nos enseñó que no hay barreras cuando se tiene pasión y determinación. ¡Felicidades, Mateo!"Mateo recibió su medalla con una gran sonrisa en su rostro y todos los niños lo rodearon para felicitarlo por su logro.
Ese día, todos aprendieron que la inclusión no solo se trata de aceptar a las personas diferentes, sino también de reconocer sus habilidades y valorar su esfuerzo.
Desde entonces, Mateo se convirtió en un ejemplo para todos los niños del pueblo y continuó practicando deporte junto a sus amigos. Juntos demostraron que la discapacidad no es un obstáculo cuando hay amor, apoyo y ganas de superarse. Y así, el pequeño pueblo se llenó de inclusión y alegría gracias al coraje y determinación de un niño llamado Mateo.
FIN.