El poder de la palabra



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Oratoria, una niña llamada Miriam Rosario. Miriam era conocida por ser muy tímida y callada, le costaba mucho hablar en público y expresar sus ideas frente a los demás.

Todos en el pueblo la animaban a vencer su miedo escénico, pero parecía que era algo imposible para ella. Un día, llegó al pueblo un personaje muy especial: Don Elocuente, un mago de las palabras.

Don Elocuente tenía la habilidad de enseñar a las personas a hablar con confianza y fluidez. Cuando se enteró del problema de Miriam, decidió ayudarla. "Hola Miriam, he venido para enseñarte el arte de la oratoria.

¿Estás lista para aprender?" - dijo Don Elocuente con una sonrisa amable. Miriam asintió tímidamente y comenzaron las clases. Don Elocuente le enseñaba técnicas para controlar su voz, respirar adecuadamente y estructurar sus discursos.

Poco a poco, Miriam fue perdiendo el miedo a hablar en público y ganando confianza en sí misma. Un día, se anunció un concurso de oratoria en Villa Oratoria y todos animaron a Miriam a participar.

A pesar de sus dudas iniciales, decidió inscribirse y poner en práctica todo lo que había aprendido con Don Elocuente. Llegó el día del concurso y Miriam subió al escenario temblando de nervios.

Pero al mirar a todos los vecinos que la apoyaban desde el público, sintió una fuerza interior que nunca antes había experimentado. "¡Buenas tardes! Mi nombre es Miriam Rosario y hoy quiero compartir con ustedes mi aprendizaje sobre el valor de la perseverancia... " - comenzó Miriam con voz firme y segura.

Su discurso fue emotivo, inspirador y cautivó a todos los presentes. Al finalizar su intervención, recibió una ovación de pie y fue proclamada como la ganadora del concurso de oratoria.

Desde ese día, Miriam se convirtió en un ejemplo para todos en Villa Oratoria. Su valentía al enfrentar sus miedos inspiraba a otros a superar los propios obstáculos. Y todo gracias al poder transformador de las palabras y al invaluable apoyo de Don Elocuente.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado pero recuerda: ¡nunca subestimes tu capacidad para aprender y crecer!

FIN.

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