El poder de la sonrisa


Había una vez un chico llamado Tomás, que siempre estaba de mal humor. Todo le molestaba: el sol, la lluvia, las risas de los demás e incluso el canto de los pájaros.

Siempre tenía una cara seria y nunca encontraba nada bueno en su día a día. Un día, mientras caminaba por el parque con su ceño fruncido, se encontró con un anciano sentado en un banco. El anciano parecía muy contento y sonreía sin razón aparente.

- Buenos días, joven - saludó el anciano amablemente. Tomás gruñó y respondió de mala gana: - ¿Qué quieres? El anciano rió suavemente y dijo: - Solo quería compartir mi felicidad contigo.

Parece que necesitas algo de alegría en tu vida. Tomás frunció aún más el ceño y preguntó: - ¿Cómo puedes estar tan feliz todo el tiempo? No entiendo cómo alguien puede ser así. El anciano se levantó del banco y miró fijamente a Tomás a los ojos.

Luego susurró: - La felicidad no depende de lo que te rodea, sino de cómo eliges ver las cosas.

Todos tenemos problemas y situaciones difíciles en nuestras vidas, pero es nuestra actitud ante ellos lo que marca la diferencia. Tomás quedó perplejo ante las palabras del anciano. Nunca había pensado en eso antes. Comenzó a reflexionar sobre su forma negativa de ver la vida y decidió darle una oportunidad al cambio.

A partir de ese día, Tomás comenzó a buscar cosas positivas en cada situación. Descubrió que cuando dejaba de enfocarse en lo malo, podía encontrar algo bueno.

Apreciaba los colores del atardecer, disfrutaba de las risas de los niños y se maravillaba con el canto de los pájaros. Poco a poco, su actitud empezó a cambiar. Dejó de quejarse por todo y comenzó a sonreír más seguido. Sus amigos notaron la transformación y quedaron sorprendidos.

Un día, mientras caminaba por el parque con una gran sonrisa en su rostro, Tomás vio a un niño llorando en un rincón. Se acercó para preguntarle qué le pasaba. - Perdí mi pelota - sollozó el niño.

Tomás recordó cómo se sentía estar triste y decidió ayudarlo. Juntos buscaron por todos lados hasta que finalmente encontraron la pelota detrás de unos arbustos. El niño estaba tan feliz que abrazó a Tomás y le dio las gracias.

Ese pequeño acto de bondad hizo que Tomás se sintiera aún mejor consigo mismo. A partir de ese día, Tomás decidió hacer el bien siempre que pudiera.

Ayudaba a sus compañeros en la escuela, daba una mano en casa sin quejarse y compartía su alegría con todos los que conocía. La vida de Tomás cambió por completo gracias a su nueva actitud positiva.

Ya no era un joven malhumorado al que todo le molestaba, sino alguien lleno de energía y ganas de vivir cada día al máximo. Y así fue como Tomás aprendió la importancia de ver el lado bueno de las cosas y cómo eso puede cambiar completamente la vida de una persona.

Desde entonces, su sonrisa se convirtió en su mejor compañera y nunca más volvió a ser el mismo. Fin.

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