El poder de las palabras



Había una vez una niña llamada Alma, que era muy inteligente y siempre estaba llena de energía. Tenía un grupo de amigos con los que solía pasar mucho tiempo jugando y divirtiéndose.

Un día, Alma llegó a la escuela con una sonrisa en el rostro. Todos sus amigos se dieron cuenta de que algo había cambiado en ella. Estaba enamorada de un chico llamado Marcos, quien también iba a su clase.

Alma no podía dejar de pensar en Marcos durante todo el día. Sus amigas notaron cómo su comportamiento comenzó a cambiar poco a poco. Solía estar distraída durante las clases y ya no participaba tanto como antes.

Además, Alma comenzó a usar malas palabras cuando se sentía frustrada o enojada. Sus amigos estaban preocupados por ella porque sabían que eso no era bueno para su desarrollo personal.

Un día, durante el recreo, Alma estaba particularmente molesta porque Marcos había hablado con otra chica y ella pensaba que le gustaba más que a ella.

Se acercó corriendo hacia sus amigos y les dijo:-¡No puedo creerlo! ¡Marcos está interesado en esa chica! ¡Estoy tan enojada! Sus amigos trataron de calmarla y le dijeron:-Alma, entendemos que te sientas así, pero no es bueno usar malas palabras para expresar tu frustración. Pero Alma estaba demasiado enfadada como para escucharlos. Siguió murmurando malas palabras mientras pateaba el suelo con rabia.

En ese momento apareció la maestra Ana María, quien había escuchado las palabras inapropiadas de Alma desde lejos. Se acercó a ella y le dijo:-Alma, sé que estás enojada, pero no es correcto usar ese tipo de palabras.

Puedes expresar tus sentimientos de una manera más adecuada. Alma se dio cuenta de que había cometido un error y sus amigos tenían razón. No era bueno usar malas palabras cuando estaba molesta.

Decidió disculparse con sus amigos y prometió intentar controlarse la próxima vez. Desde aquel día, Alma comenzó a practicar técnicas para calmarse cuando se sentía frustrada o enojada. Aprendió a respirar profundamente y contar hasta diez antes de hablar.

También descubrió que escribir en su diario sobre sus sentimientos le ayudaba a desahogarse sin tener que utilizar malas palabras. Con el tiempo, Alma aprendió a manejar las situaciones difíciles sin recurrir a las malas palabras ni dejarse llevar por la ira.

Sus amigos notaron el cambio en ella y estaban orgullosos de su progreso. Alma entendió que todos tenemos momentos en los que nos sentimos enfadados o frustrados, pero lo importante es cómo manejamos esas emociones.

Aprendió que usar malas palabras solo empeoraba las cosas y no resolvía nada. Y así, Alma se convirtió en un ejemplo para todos sus compañeros de clase. Aprendieron juntos la importancia de manejar las emociones de una manera saludable y respetuosa.

Desde entonces, Alma siempre recordó aquella valiosa lección: "Las palabras tienen poder, así que elige siempre las correctas". Y vivieron felices para siempre siendo buenos amigos y cuidando su lenguaje cada día más.

FIN.

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