El poder de los abrazos


Jerónimo era un niño muy especial. Le encantaba sentir el calor de un abrazo y estaba convencido de que los abrazos tenían un poder mágico para curar el alma.

Siempre que su papá regresaba a casa del trabajo, Jerónimo corría hacia él y lo abrazaba con mucha fuerza. -Papá, los abrazos curan el alma, ¿verdad? -le preguntaba con una sonrisa. Su papá lo levantaba en brazos y le respondía con cariño: -Claro que sí, Jerónimo.

Los abrazos tienen un poder especial. Transmiten amor y nos hacen sentir mejor. Una tarde, Jerónimo notó que su amigo Lucas estaba triste. Se acercó a él y le dio un gran abrazo. -¡No estás solo, Lucas! Los abrazos curan el alma, te lo prometo.

Al principio, Lucas no entendía, pero luego sintió el consuelo y la alegría que el abrazo de Jerónimo le proporcionaba. Poco a poco, Jerónimo fue abrazando a todas las personas que veía tristes, incluso a los ancianos del parque.

Su papá lo observaba con orgullo. Un día, un niño nuevo llegó a la escuela. Estaba asustado y se sentía solo. Jerónimo se le acercó y le dijo con amabilidad: -Hola, soy Jerónimo.

¿Quieres un abrazo? El niño nuevo no sabía qué responder, pero Jerónimo lo abrazó sin dudarlo. Pronto, el niño nuevo comenzó a sonreír y a jugar con el resto de los niños. Desde ese día, Jerónimo se convirtió en el guardián de los abrazos en la escuela.

Todos los días daba abrazos a quienes más lo necesitaban. Su papá lo felicitaba por su noble labor. -Jerónimo, has demostrado que los abrazos tienen un poder especial. Transmiten amor, alegría y consuelo a quienes los reciben.

Estoy muy orgulloso de ti. Jerónimo comprendió que el poder de los abrazos va más allá de curar el alma de una sola persona, puede hacerlo con muchas.

A partir de ese día, Jerónimo siguió abrazando a todos, porque sabía que un abrazo puede cambiar el día de alguien. Y así, Jerónimo demostró que el amor puede cambiar el mundo, abrazo a abrazo.

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