El Poder del Amor Fraternal



Había una vez en un colorido vecindario de Buenos Aires, dos hermanas llamadas Alely y Amatista. Alely era la mayor, una niña de diez años con un corazón enorme y una gran creatividad. Amatista, de ocho, era curiosa y llena de energía, siempre lista para hacer travesuras.

Un día, mientras jugaban en el jardín, Alely hizo una torre con bloques de construcción. Amatista, emocionada por la estructura, decidió que era hora de un desafío.

"¡Voy a hacer la torre más alta que la tuya!", gritó con entusiasmo.

"No lo lográs, ¡mi torre es la mejor!", respondió Alely.

En el momento en que Amatista comenzó a añadir más bloques, su torre se tambaleó y, sin querer, hizo que la construcción de Alely se derrumbara.

"¡Amatista! ¡Qué hiciste!", gritó Alely, frustrada.

Sin pensarlo, Alely empujó suavemente a su hermana, y Amatista hizo lo mismo como respuesta. Rápidamente, el juego se convirtió en un tira y afloja, y comenzaron a gritarse y a pelear. En un momento de enojo, Alely le pidió a Amatista que se fuera a su habitación.

Ambas se encerraron en sus cuartos, sintiéndose solas y tristes. Alely se sentó en su cama y pensó en lo que había pasado. Recordó las veces en que habían compartido risas y aventuras juntas.

Mientras tanto, Amatista, sentada en su almohada, también reflexionó. A pesar de la pelea, realmente extrañaba a su hermana. Después de un rato, decidió que era hora de hacer las paces. Así que se acercó a la puerta de Alely y tocó suavemente.

"¿Alely? ¿Podemos hablar?", preguntó.

"Sí", respondió Alely, aún un poco molesta pero curiosa.

Amatista abrió la puerta y se sentó junto a su hermana.

"Lo siento por lo de la torre. No quise hacer que te enojaras", dijo Amatista con sinceridad.

"Lo siento yo también. Me dejé llevar por la frustración y no debí empujarte", admitió Alely, sintiéndose culpable.

Las dos se miraron a los ojos y, al unísono, dijeron:

"Prometamos no lastimarnos nunca más".

Ambas sonrieron, sintiendo una carga pesada en sus corazones. Habían aprendido que el amor y la protección entre hermanas eran más importantes que ser las mejores en un juego.

Decidieron salir a jugar de nuevo, pero esta vez, iban a hacer algo más divertido: un fuerte gigante con edredones y almohadas.

"¡Vamos a hacer el fuerte más grande del universo!", exclamó Amatista entusiasmada.

Con risas y alegría, comenzaron a construir su fortaleza de almohadas. Mientras lo hacían, recordaron que siempre podían apoyarse una a la otra.

No pasó mucho tiempo antes de que su fuerte estuviera listo. Cuando entraron, se sintieron como reinas en su reino.

"Siempre es mejor construir juntas", dijo Alely con una sonrisa.

"Sí, y siempre debemos recordarnos que nos queremos y protegemos", agregó Amatista, con la cabeza en alto.

Así, las dos hermanas aprendieron que, aunque podían tener desacuerdos, lo más importante era cuidarse y amarse como verdaderas amigas. Desde ese día, jugaron y compartieron su tiempo, creando recuerdos inolvidables, siempre recordando su promesa.

Y aunque a veces había pequeñas discusiones, Alely y Amatista siempre recordaban su pacto de amor y respeto, viviendo felices juntas y protegiéndose mutuamente, como hermanas que siempre deben ser.

Y así, el colorido vecindario de Buenos Aires se llenó de risas y juegos, mientras las hermanas Alely y Amatista vivían felices, agradecidas por el poder del amor fraternal.

FIN.

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