El pollito que trajo la paciencia
Había una vez una niña llamada Diana, que estaba muy emocionada porque su mamá le había anunciado que pronto iba a tener una hermanita.
Desde ese momento, Diana no podía dejar de pensar en cómo sería su nueva compañera de juegos y aventuras. Los días pasaban lentamente y Diana contaba cada uno de ellos con ansias. Se imaginaba cómo serían los momentos compartidos con su hermanita, las risas, los abrazos y todas las travesuras que harían juntas.
Pero el tiempo parecía pasar más despacio cuando se espera algo tan especial. Un día, mientras Diana jugaba en el parque cercano a su casa, encontró un pequeño nido abandonado en un árbol.
Dentro del nido había un huevo blanco y brillante. Sin pensarlo dos veces, decidió llevarlo a casa para cuidarlo hasta que naciera el pollito. Diana colocó el huevo en una caja llena de paja caliente y lo protegió como si fuera su tesoro más preciado.
A partir de ese momento, todos los días la niña se levantaba temprano para revisar si el huevo mostraba algún signo de vida. Pasaron semanas y nada parecía ocurrir.
Diana comenzaba a desesperarse; sus esperanzas estaban empezando a desvanecerse lentamente. Pero ella no quería rendirse tan fácilmente. Un día soleado, mientras observaba el huevo con tristeza, escuchó un pequeño ruido proveniente de él.
¡El pollito estaba por nacer! Con mucha emoción e impaciencia esperó frente al nido hasta que finalmente vio aparecer una pequeña cabeza amarilla rompiendo la cáscara del huevo. El pollito salió completamente y se acurrucó en las manos de Diana.
Ella lo llamó —"Rayito" por su color dorado y porque, al igual que el sol, le alegraba la vida. Desde ese momento, Diana supo que no importaba cuánto tiempo tuviera que esperar, siempre habría algo maravilloso al final.
Con Rayito a su lado, Diana encontró consuelo y aprendió una valiosa lección sobre la paciencia y la perseverancia. Aprendió que cuando deseamos algo con todo nuestro corazón, debemos tener fe en que llegará en el momento adecuado.
Y así pasaron los días hasta que finalmente llegó el día tan esperado: Iris nació. Diana estaba llena de felicidad al ver a su hermanita por primera vez. Sabía que había valido la pena cada segundo de espera. Desde aquel día, Diana cuidó de Iris como si fuera un tesoro preciado.
Juntas crecieron y compartieron momentos inolvidables llenos de amor y complicidad. Y cada vez que miraban a Rayito correteando feliz por el jardín, recordaban lo importante que es nunca perder la esperanza ni dejar de soñar.
Y así termina esta historia inspiradora donde aprenderás sobre la importancia de ser paciente y perseverante mientras esperas algo especial en tu vida. Porque al final del camino siempre habrá una recompensa maravillosa esperando por ti.
FIN.