El Pollo de la Amistad
Había una vez, en la colorida universidad de La Esperanza, dos jóvenes llamados Panchito y Alexandra. Eran conocidos por su risa contagiosa y por el cariño especial que se tenían. Una tarde luminosa, mientras paseaban por el patio de los kioscos, el aroma de la comida se esparcía en el aire, provocando que sus estómagos retumbaran.
- Panchito, ¿podrías comprarme 1/4 de pollo? - le pidió Alexandra con una sonrisa.
- ¡Por supuesto, mi reina! - respondió Panchito, emocionado por complacerla.
Ambos se dirigieron hacia el kiosco que ofrecía el pollo más delicioso de la universidad. Mientras esperaban, comenzaron a charlar sobre sus clases, sus sueños y sus inquietudes.
- ¿Sabías que me gustaría ser escritora? - comentó Alexandra, mientras jugaba nerviosa con su cabello.
- ¡Eso suena increíble! Yo siempre admiré tu capacidad para contar historias - elogió Panchito, mirándola a los ojos.
La charla se tornó ligera y divertida, y fue entonces cuando, al recibir su pedido, un giro inesperado irrumpió en su conversación. Un grupo de compañeros de estudio apareció en el patio, riendo y jugando.
- ¡Panchito! ¡Alexandra! - gritó uno de ellos, Santiago - ¡Vengan a jugar al fútbol con nosotros!
- ¡Sí, vengan! - añadió Valentina, sonriendo. - Vamos a divertirnos un rato.
Alexandra miró a Panchito, dudando.
- No estoy segura... Yo sólo quería comer el pollo.
Panchito la miró con complicidad y le dijo:- Alexandra, la vida también se trata de disfrutar de estos momentos. ¡Vamos! Podemos comer después.
Así, con el plato de pollo aún en su mano, decidieron unirse a sus amigos. Mientras corrían y jugaban, Alexandra se sintió feliz de haber tomado esa decisión. Cada pase y cada risa era como una celebración de la amistad.
El juego se detuvo cuando comenzaron a hablar de planes futuros.
- En el próximo fin de semana, ¿qué tal si hacemos una fiesta de disfraces? - sugirió uno de sus amigos.
- Me encanta la idea - dijo Panchito entusiasmado.
- ¡Sí! Y puedes ir de princesa, Alexandra - bromeó Santiago.
- O de escritora, con un libro en la mano - agregó Panchito, y todos se rieron.
Cuando el juego terminó, Panchito y Alexandra regresaron a la mesa, con un buen humor y un gran sentido de camaradería. El pollo que había quedado olvidado se convirtió en el símbolo de una tarde llena de momentos inolvidables, una lección sobre el equilibrio entre lo que deseas y lo que la vida te ofrece.
- Panchito, hoy aprendí que no siempre se trata de lo que planificamos, sino de disfrutar el momento. - dijo Alexandra, mientras lo miraba con cariño.
- Exactamente, nunca debemos olvidar que la felicidad también está en compartir - respondió Panchito.
Con su amistad más fuerte que nunca, se prometieron explorar juntos cada rincón de su universidad, siempre recordando que además de estudiar, era fundamental disfrutar y aprender de cada instante. Y así, con el sabor del pollo y las risas resonando en sus corazones, continuaron su camino, listos para el próximo aventura.
FIN.