El Polvo Mágico de Oliver



Había una vez en un pequeño pueblo un muchacho llamado Oliver. Era un niño soñador y travieso, lleno de imaginación. La mayor parte del tiempo, Oliver jugaba con su polvo mágico, un pequeño frasco que había encontrado en el desván de su abuelo. Este polvo podía hacer que todo lo que deseaba se hiciera realidad, pero siempre para bien. Sin embargo, un día, sus padres le dijeron que debía dejar de usarlo porque se estaba olvidando de sus responsabilidades.

"Pero, ¡es mi polvo mágico!" - protestó Oliver, con los ojos llenos de lágrimas.

"Es por tu bien, Oliver. Necesitamos que concentres tu energía en la escuela y tus amigos" - respondió su mamá, preocupada.

En medio de su enojo, Oliver pensó que sus padres no lo entendían. Así que, decidió que tenía que vengarse. Salió corriendo de su casa, subió a la escalera y se metió por la ventana de su habitación, sintiendo que el aire fresco de la tarde lo alentaba en su rebelión.

Una vez fuera, pensó en usar su polvo para hacer que sus padres se sintieran como él, pero algo lo detuvo. Recordó la alegría que sentía al ver a su mamá cocinar su plato favorito y a su papá jugar con él en el parque. Esa forma de venganza no lo hacía sentir mejor; más bien, lo hacía sentir vacío.

Con el frasco del polvo en su mano, Oliver comenzó a caminar por el barrio, buscando una manera de desquitarse. Pero en el camino, se encontró con su amiga Clara, que estaba llorando.

"¿Qué te pasa?" - le preguntó Oliver.

"Perdí a mi gato Yambo y no sé dónde buscarlo" - dijo Clara, entre sollozos.

Un destello de idea iluminó la mente de Oliver. ¿Y si usaba su polvo mágico no para vengarse, sino para ayudar? Sin pensarlo dos veces, tomó el frasco y se lo mostró a Clara.

"Puedo ayudarte a encontrar a Yambo. Solo necesito que confíes en mí" - le dijo.

Clara, confundida pero esperanzada, asintió. Juntos, Oliver esparció un poco de polvo en el aire y, ¡vaya sorpresa! Un instante después, el gato Yambo apareció, saltando por la esquina de la calle.

"¡Yambo!" - gritó Clara, corriendo hacia su gato.

Oliver sintió cómo su corazón se llenaba de alegría. Ver a Clara sonreír y abrazar a su mascota le demostró que ayudar a otros era mucho más gratificante que vengarse.

En ese momento, entendió que el polvo mágico era una herramienta, no un juego. Y más importante aún, aprender a usar su magia para hacer el bien lo llenaba de felicidad. Así que, decidido y con el corazón renovado, regresó a su casa.

"Mamá, papá... lo siento mucho, no debí enojarme ni intentar vengarme" - dijo Oliver al entrar a su casa.

Sus padres lo miraron sorprendidos.

"Te hemos estado buscando, Oliver. ¿Estás bien?" - preguntó su papá, preocupado.

"Sí, y he aprendido algo. La magia real no está en el polvo, sino en hacer buenas acciones y ser amable. Solo quiero ayudar y compartir mi magia con todos" - explicó Oliver con una gran sonrisa.

Desde ese día, Oliver utilizó su polvo mágico para llenar de alegría su hogar y la vida de sus amigos. Siempre recordaba que la verdadera magia reside en el amor, la amistad y la bondad. Y así, su vida se convirtió en una serie de aventuras, ayudando a los demás, compartiendo su alegría y llenando su mundo de momentos especiales.

Y así, aquel pequeño muchacho llamado Oliver descubrió que el camino para ser feliz era ayudar a los demás, ¡y nunca más necesitaría vengarse!

FIN.

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