El Portal de los Colibríes
Era un día soleado en el campo, y yo, Mateo, disfrutaba de la brisa fresca y del aroma de las flores. De repente, algo brillante pasó cerca de mi cabeza. ¡Era un colibrí! De colores vibrantes, el pequeño pájaro comenzó a dar vueltas a mi alrededor, como si me estuviese diciendo que lo siguiera.
"¡Vamos, Mateo! ¡Aventuras nos esperan!" parecía decirme con sus movimientos.
Sin pensarlo dos veces, decidí seguirlo. Corrí entre las flores y los árboles, hasta que llegamos a un grupo de grandes árboles frondosos. Allí, el colibrí se detuvo y, con un aleteo rápido, reveló un pequeño portal entre las ramas.
"¿Qué es esto?" murmuré, sorprendido.
El colibrí dio un giro enérgico y me invitó a entrar.
"No tengas miedo, es un lugar especial. ¡Ven!"
Con un poco de temor pero también mucha curiosidad, di un paso hacia el portal. Justo al otro lado, me encontré en un mundo lleno de flores de todos los colores y de colibríes que volaban en perfecta armonía. Era un lugar mágico, donde todo parecía brillar con luz propia.
Las flores danzaban con el viento y los colibríes zumbaban alegres, haciendo música con sus alas. Un colibrí de plumas brillantes se acercó a mí.
"¡Hola, viajero! Soy Lía, y bienvenido al Jardín de los Colibríes. Aquí todos los seres viven en paz y colaboración."
"¡Es hermoso! Pero, ¿cómo llegué aquí?" pregunté asombrado.
"Cuando uno sigue su curiosidad, a veces se encuentra con maravillas insospechadas. Pero hay algo importante que debes aprender aquí. Aunque este lugar es mágico, necesita de nuestra ayuda. La armonía se mantiene cuidando las flores y ayudando a los colibríes. ¿Estás listo para aprender?"
Agradecí a Lía por la cálida bienvenida y, entusiasmado, comencé a ayudar en el jardín. Aprendí a regar las flores, a plantar nuevas semillas y a ser amable con todos los seres del lugar. Con cada acción, las flores florecían más y los colibríes parecían aún más felices.
Un día, mientras trabajábamos juntos, noté que algunas flores comenzaban a marchitarse.
"¿Por qué están así?" pregunté preocupado.
"¡Oh! Es porque olvidamos cuidar esa parte del jardín. Necesitamos toda la ayuda posible para restaurar su belleza. ¡Vamos, todos juntos!" reafirmó Lía.
Así que llamamos a los colibríes, y juntos, volamos por todo el jardín, buscando agua y nutrientes. Cada colibrí hizo su parte: algunos llevaron agua, otros esparcieron semillas, y muchos más danzaron para alegrar el entorno.
Con el tiempo, las flores empezaron a cobrar vida nuevamente. Aprendí que cuando trabajamos juntos, somos más fuertes y podemos lograr lo que nos proponemos.
Finalmente, el jardín fue restaurado, y la alegría volvió a reinar. Lía me sonrió y dijo:
"Has hecho un gran trabajo, Mateo. Recuerda siempre la importancia de cuidar nuestro entorno y trabajar en equipo. ¡Eres parte de esto ahora!"
Justo entonces, el colibrí que me había guiado al principio apareció de nuevo, revoloteando con energía.
"Es hora de volver, Mateo. Pero siempre puedes volver. Este lugar siempre estará aquí para ti."
Sabía que era el momento de despedirme, aunque el corazón me dolía un poco. Agradecí a todos por su amistad y por las enseñanzas que me habían brindado.
Cuando atravesé el portal nuevamente, regresé al campo donde había comenzado mi aventura, pero algo había cambiado en mí. Tenía un nuevo propósito: cuidar de la naturaleza y recordarle a todos los que conocía la importancia de vivir en armonía con nuestro entorno.
Desde aquel día, siempre miro al cielo en busca de colibríes, recordando que a veces, las pequeñas criaturas pueden enseñarnos las lecciones más grandes. Y así termina la historia de un niño que se convirtió en protector del medio ambiente, gracias a un mágico colibrí que lo llevó a un mundo donde la paz y la colaboración reinan entre flores y pájaros.
FIN.