El Potrillo Valiente



Era un día soleado en el campo, el viento suave acariciaba la hierba y los pajaritos cantaban alegres. En una hermosa pradera, vivían una yegua llamada Luna y su potrillo, Rayo. Rayo era un potrillo curioso, siempre aventurándose un poco más lejos de lo que debería. Un día, mientras jugaba, Rayo se alejó tanto que se perdió entre los árboles.

"¡Mamá!" - gritó Rayo, asustado. No sabía cómo volver.

"¿Dónde estás, Rayo?" - llamaba Luna, con la voz llena de preocupación.

Mientras tanto, en el fondo del campo, un señor llamado Don Alberto paseaba por sus tierras.

"¡Qué día tan hermoso!" - pensaba Don Alberto, disfrutando del paisaje. De pronto, escuchó el relincho de un caballo, seguido de un pequeño llanto.

"¿Qué será eso?", se preguntó mientras se acercaba al sonido.

Don Alberto siguió el eco del llanto y pronto encontró a Rayo, solo y llorando.

"¿Qué te pasa, pequeño?" - le preguntó Don Alberto, sorprendido de ver al potrillo tan asustado.

"¡Me perdí! No encuentro a mi mamá..." - respondió Rayo con lágrimas en los ojos.

"No temas, yo te ayudaré a encontrar a tu madre" - aseguró Don Alberto, intentando calmarlo.

Don Alberto comenzó a caminar junto a Rayo, queriendo ayudarlo. Pero en ese instante, Luna llegó corriendo.

"¡Rayo! ¡Te encontré!" - exclamó Luna, aliviada y emocionada de ver a su potrillo.

"¡Mamá!" - gritó Rayo, corriendo hacia ella y abrazándola.

Don Alberto sonrió al ver el reencuentro entre madre e hijo, pero enseguida notó algo más.

"Rayo, ¿por qué te alejaste?" - le preguntó Luna, mirándolo con preocupación.

Rayo bajó la cabeza y dijo:

"Quería explorar y ver cosas nuevas, pero no sabía que me perdería."

"Es bueno tener curiosidad, pero siempre hay que tener cuidado" - le explicó Luna.

Don Alberto, que había estado escuchando, intervino:

"Cierto, Rayo. La aventura es divertida, pero también hay que saber cuándo regresar a casa. Siempre mantente cerca de tu madre o de un adulto que te guíe, así estarás seguro."

Rayo asintió y prometió no alejarse tanto la próxima vez. Justo en ese momento, un fuerte viento sopló, haciendo que algunas hojas de los árboles cayeran al suelo.

"¡Mirá, Rayo!" - dijo Luna mientras jugaba con las hojas caídas.

"¡Lindo!" - se entusiasmó Rayo, olvidando un poco su miedo.

Don Alberto se unió al juego y pronto, los tres estaban riendo y corriendo entre las hojas. El campo era un lugar lleno de belleza y diversión.

"Rayo" , dijo Don Alberto, mientras reían, "la vida está llena de descubrimientos, y el campo tiene mucho que ofrecer, pero siempre recuerda que el viaje se disfruta más junto a quienes amamos."

Rayo, empapado de alegría, exclamó:

"¡Sí! Gracias por ayudarme, Don Alberto, y gracias, mamá, por siempre cuidar de mí."

A partir de ese día, Rayo aprendió a ser más cauteloso y siempre a llevar a su mamá en sus aventuras. Juntos exploraron el campo, disfrutaron de los días soleados, y siempre volvieron a casa después de cada jornada.

Y así, el potrillo valiente aprendió que la curiosidad es hermosa, pero más hermoso es compartir cada descubrimiento con quienes amamos.

FIN.

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